top of page

EN POCAS PALABRAS



Finlay, Nobel Eterno


Por Francisco Almagro Domínguez

La historia humana está llena de inmerecidas omisiones. El anonimato se ha ensañado con grandes personalidades de las ciencias y la cultura porque fueron unos adelantados, incomprendidos o porque el olvido cumplía un malsano propósito. Por cada una de las razones anteriores puede pensarse que a Carlos Juan Finlay (December 3, 1833 – August 20, 1915), nominado siete veces al Premio Nobel de Medicina, le fue negado el galardón. Lo indiscutible es que el cubano nacido en Camagüey abrió una nueva era en la epidemiologia y la sanidad pública. Al publicar la teoría de que un vector biológico (un mosquito) podía ser el reservorio y el trasmisor de una enfermedad grave (Fiebre Amarilla), supo con tristeza que el mundo clínico no estaba preparado para semejante “locura”.   

La historia de Carlos Finlay es de hondura humana y espiritual tan grande que los colegas se declaran “finlaístas” para, además de admirar al genio, seguir una ética en la cual el enfermo está en primerísimo lugar. Para un finlaísta no hay desaliento; no existe egoísmo cuando de conocimientos se trata. La ética finlaísta, si se le quiere llamar así, es la de la empatía absoluta; acompañar al doliente hasta el último suspiro de vida.

Tengamos en cuenta que para Carlos, en el orden personal, ser hijo de escoces y de francesa, nacido en la muy aristocrática Camagüey significaba crecer entre dos culturas de diferentes Europas (sajona y románica); además tener una tercera peninsular aplatanada en el Trópico caribeño, con todo lo fugaz y cambiante de estas tierras. Finlay también padeció tartamudez, y la supo superar por sí mismo. Después de formarse en Francia, y más tarde en Londres, laboraría en una Habana ultramarina y colonial donde en alguna ocasión hasta negarían validar sus credenciales europeas.     

Nunca sabremos con total certeza por qué este oftalmólogo -como su padre- dedicó la mayor parte de su tiempo profesional a la investigación epidemiológica. En verdad, las enfermedades como la Malaria y la Fiebre Amarilla eran azotes en todo el Caribe y parte de América. Lo que si sabemos es lo que suele suceder a los genios: veinte años antes presentó en un congreso -18 de febrero de 1881 en la V Conferencia Sanitaria Internacional en Washington D. C- la teoría de un vector biológico en las enfermedades trasmisibles. Existe un testimonio no comprobado de su confesor sobre el instante en que el Dr. Carlos se “alumbró” con esa posibilidad, y nada tiene que ver con el llamado “método científico”.  

Pero nunca podremos comprender al Finlay humano sin conocer su lado espiritual, algo que los materialistas insisten en ocultar. El Dr. Carlos era un hombre profundamente religioso, católico de misa dominical y rosario diario, y gran parte de sus amigos eran sacerdotes y laicos prominentes. Quizás la Fe y la confianza en sí mismo le permitió sobrevivir –e insistir porque conocía la Verdad- a más de veinte años a burlas y arrinconamientos. El Dr. Finlay lo sabía cómo se sabe lo infalible: un mosquito, un diminuto animalito, causaba la muerte de miles de personas. Solo faltaba probarlo científicamente, es decir, ser capaz de replicar los resultados.    

De modo “providencial” aparece el mayor medico Walter Reed, un bacteriólogo-epidemiólogo militar norteamericano enviado a Cuba por segunda vez para investigar las masivas bajas por Fiebre Amarilla. Había recibido la noticia de un “medico de los mosquitos”. Su teoría: un “bicho” que propagaba la enfermedad. En este punto, Reed podía haber optado por lo mismo de sus antecesores: ese Finlay es un chiflado.

La historiografía antinorteamericana ha dibujado un Reed vulgar, un inepto ladrón. A Finlay, como una víctima propiciatoria, un inocente trasquilado. Es una aproximación maniquea e inexacta. El médico gringo tenía todas las herramientas científicas –el método de ensayo clínico-, los recursos –un enorme campamento que se levantaría al oeste de La Habana, y los hombres –epidemiólogos, internistas, enfermeras- para probar la tesis del Dr. Carlos Finlay. El médico cubano al fin había encontrado alguien que, por la razón que fuera, trataría de comprobar si era cierta su idea. Sabemos que hubo intervención de los políticos -siempre la política- para enfrentar a estos dos grandes hombres de ciencia. Pero las cartas entre ellos desmiente cualquier desavenencia; era mutuo el respeto y la admiración que cada cual sentía por el otro.

Usar el nombre de Carlos Finlay como envenado dardo contra la ciencia norteamericana es una ofensa a la verdad histórica. Demeritar al equipo dirigido de Walter Reed donde incluso murieron médicos y personal de enfermería en el campamento de ensayos clínicos que se levantó en Marianao, habla de rencor y envidia. Poner al Dr. Finlay como único héroe de este hito científico es una falacia. Finlay descubrió el culpable; Reed lo comprobó. Ambos “castigaron” al criminal desapareciéndolo del mapa epidémico.  Sin Finlay no hubiera existido un Reed exitoso en su misión de eliminar el también llamado “vomito negro”. Sin la astucia y la preparación clínica e investigativa del mayor del ejército norteamericano Walter Reed, el Dr. Carlos Finlay hubiera seguido siendo ignorado por la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana.

Hoy el Hospital Militar Walter Reed (National Military Medical Center) en Bethesda, Maryland, Estados Unidos, está considerado el mejor y más importante centro médico de Estados Unidos. En sus instalaciones se atienden generales y presidentes. En Cuba, el Hospital Militar Carlos J. Finlay en La Habana, fundado en 1943 en La Habana, fue hasta hace poco el centro médico castrense más importante de la Isla.

Hay muchas cosas que nos acercan, a norteamericanos y cubanos, más que las que nos separan. Finlay y Reed son parte de nuestras historias compartidas. Los enemigos del bien común y del entendimiento entre nuestros pueblos han tratado de manipularlas, incluso borrarlas. Ambos merecen hoy, además del Nobel de Medicina, el de la Paz que las dos orillas necesitan.



Comments


Contacto

Thanks for submitting!

© 2023 by Train of Thoughts. Proudly created with Wix.com

bottom of page