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EN POCAS PALABRAS

La Leccion Siria



Por Francisco Almagro Domínguez

Por una extraña percepción del destino las dictaduras parecen eternas. Los dictadores inmortales. Como en el Antiguo Egipto donde los faraones se creían y se hacían creer dioses, dictaduras y dictadores forjan pueblos que los asumen encarnaciones de la divinidad; son hombres comunes y a veces demasiado corrientes, capaces de construirse un halo de invulnerabilidad, infalibilidad y eternidad impregnado en la profundidad de los pueblos.     

El proceso es recursivo: el líder construye la masa, y la masa necesita hacer al líder. Por elemental sociología, los grupos fracasados y resentidos buscan quien los guie por la senda del desagravio. El tirano no se hace solo ni por generación espontánea. Y en ocasiones es temporal; da paso a otro compinche quien asume la función de guía sempiterno.      

La permanencia en el poder se debe también al miedo y la desprotección sentida; “detrás de mí el caos”, dijo cierto gobernante omnímodo en el momento de abandonar el poder. Nada nuevo se ha escrito desde los días del genial Maquiavelo: una mezcla de crueldad y ternura. Mientras el dictador encierra, tortura y asesina a los opositores -sobre todo a quienes están más cerca al poder, los más peligrosos- se presenta como protector del pueblo. Si parece un dios misericordioso los acólitos tomarán su lugar; cuando enseña su filosa dentadura, los súbditos ven al Diablo.

La caída de Bashar el Assad en la Siria milenaria nos refresca el axioma: ninguna dictadura y dictador son eternos. Siria insurrecta lo actualiza; se necesitan ciertas condiciones para el final. Una de ellas es la miseria generalizada y la falta de oportunidades. A pesar de que la pobreza inducida puede ser un elemento de control, hay un límite para la extorsión a través del hambre. ¿Basta la miseria para un brote insurreccional? Parece que no. La infelicidad material en los subsuelos de la tiranía no es suficiente para mojar las sábanas de seda en la superficie.  

La muerte, el desencanto político o religioso con un lider tampoco, por sí mismo, provocan una situación levantisca. Han creado en la mente de las personas la idea de hombres-dioses; se “aparecen” como fantasmas en cada esquina y cada callejón del país para decir lo que esta bien y lo que esta mal; lideres-zombis capaces de juzgar desde el Mas Allá cualquier desacato a sus ideas. Quienes sobreviven tienen en su “Palabra Divina” la justificacion para cualquier desmesura. Si, el desengaño ideológico o religioso pone al pueblo al borde del barranco libertario. Pero se necesita otro empuje para lanzarse al vacío de una insurrección.  

Sin duda el quiebre de la mayoría de las dictaduras es una combinación de factores. Pero es la ruptura del “techo” el elemento decisivo, precipitante. Mientras la cúspide del poder este intacta -la gobernanza totalitaria es vertical, de arriba hacia abajo- el régimen permanece en pie. Por otro lado, cualquier hijo de vecino puede convertirse en dictador, y aun asi, no todos los seres humanos saben manejar el fino equilibrio entre terror y “cariño”, sea dentro de una casa, familia o sociedad. La magia del dictador consiste en conservar el poder sin parecer que se usurpa. La naturalidad con la cual se gobierna debe enmascarar la montaña de humillados, desaparecidos y emigrados bajo los pies del tirano.

Las noticias sobre Siria confirman el quiebre de un régimen totalitario a partir de la ruptura del equilibrio entre miedo y amor. El tejado dictatorial -siempre de vidrio- lo agrietaron ellos mismos. Sin embargo, hasta hace unas semanas, Siria, un fiel aliado de los peores regímenes dictatoriales del mundo, parecía intocable. La geopolítica es ese tablero de ajedrez en el que al mover cualquier pieza, el resto debe moverse potencialmente. La larga cadena de acciones que comenzó con el cruel ataque a Israel parece tener hasta ahora su último eslabón con la caída del Carnicero de Damasco.

Se aproxima un cambio de calidad en la lucha entre países democráticos -en el mundo islámico ese concepto lleva necesario ajuste- y autocráticos. La Lección Siria es clara: a cada dictador y a cada dictadura le llega su hora cuando menos la espera. Las manecillas del reloj histórico marcan el tiempo independientemente de los hombres. El cronometro es indetenible y escapa a toda percepción humana -distorsionada- de que las tiranías son infinitas.

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