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EN POCAS PALABRAS

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • 18 dic 2024
  • 3 Min. de lectura

La Habana Infante para un Difunto



Por Francisco Almagro Domínguez

 Hace un par de días recordaba con un amigo de infancia las historias del barrio. De pronto empezamos a mencionar nombres. Entre muertos, idos y negados no quedaba casi nadie en Cuba. Nuestros padres y abuelos se habían ido marchando a otra dimensión de la existencia, en la Isla o fuera de ella. Los primeros frisarían los noventa años. Los abuelos el siglo. Los primeros conocieron la época de Batista, y los inicios de la Involución -de la que muchos fueron devotos al principio. Los abuelos habían comido “harina y boniato” en tiempos del Machadato -hoy los nietos cubanos darían cualquier cosa por un buen plato de harina con un par de huevos fritos encima.  

La ciudad llamada el Paris del Caribe tuvo más cines que Nueva York, por sus calles rodaron primero que en Michigan los automóviles, bodegas en cada esquina, clubs nocturnos, bares y cantinas por doquier, playas artificiales por todo el litoral, hoteles y casinos más lujosos que en Las Vegas. En fin, hoy todo eso no es otra cosa que un emulo de Berlín 45 sin que una sola bomba le haya caído del Cielo –del Cielo cayó otra más destructiva, prolongado efecto devastador. 

En algún momento concluimos que el deterioro de La Habana, como de toda la república, no eran solo sus casas, edificios, parques, cines, calles y solares. La Habana padece una pérdida crónica e irreversible de su espíritu, que son su gente. En cualquier ciudad con varios siglos de existencia el viajero encontrará el aura citadina en los seres que la habitan; la vibra del pasado con personajes pintorescos, leyendas urbanas, la narrativa popular hecha música con tristezas y alegrías.

La infraestructura de una ciudad antigua como La Habana hubiera necesitado una remodelación como la que el difunto Eusebio Leal hubiera podido expandir más allá de las murallas raídas. Expandir la Habana significaba devolver a Radiocentro -hoy Yara- remedo insular del edificio de Radio City Music Hall de Nueva York, su glamur inicial. El Habana Hilton -cambia de nombre según sople el dinero- vecino en la Rampa y en la desgracia, dotarlo de la modernidad con tecnologías de punta. La Quinta Avenida y la Avenida de Boyeros serian caminos vecinales ante el empuje de un millón de automóviles rodando por una supercarretera de norte a sur, y un tren elevado, de este a oeste en la capital de todos los cubanos.

Pero si algo además de todo eso debería distinguir a una ciudad de más de cinco siglos, son sus oficios y profesiones, heredadas por generaciones. Desde los empleos más simples hasta las tareas complejas, como la medicina o el magisterio, las familias procuraban seguir la tradición. Al socializar, intervenir, o simplemente robarse las propiedades junto con su gente, el comunismo tropical dio un tajo mortal e irrecuperable a lo que hace diferente una ciudad. Lo engulleron todo de golpe. Cercenaron la parte más auténtica del patrimonio nacional.  

Cualquier remodelación con fines turísticos no se compara a la ausencia de la gente. Las personas no tienen remplazos ni actualizaciones. La gente del barrio no tiene sustitutos. El bodeguero y el carnicero, el dependiente del bar de la esquina, el médico de la familia -el de verdad, el escogido, no el impuesto. Esos que se han ido, a otro barrio, o a otra existencia, no volverán a la Habana, a sus portales, esquinas y ventanales.  

De tal modo una nueva Habana, la que aún no conocemos, está gestándose. Por lo que vemos llegar a las costas norteñas, el homo cubensis, dizque Nuevo, es un ser humano privado del más elemental sentido de elección. Para el todo está hecho y derecho… por otros. Un régimen totalitario de seis décadas y contando, ha moldeado un ciudadano-soldado a su medida menos a la necesaria medida de sus habitantes. El llamado Hombre Nuevo ha sido formado a imagen y semejanza de la sobrevivencia, y la pugnacidad contra un vecino, al norte, que nada tiene que ver con tantas desgracias.

¿Cómo será la Nueva Habana que asoma la cabeza al introito de la libertad? Después de calmar tanta necesidad pospuesta, tanto derecho humano conculcado, ¿podrá la gente buscar sus ancestrales vocaciones, oficios, profesiones? ¿Podrán hallar entre la mugre, el desconcierto y la mala hechura la bodega del abuelo, la farmacia del pariente boticario, el cine de barrio, hoy en ruinas? O, simplemente, sacaran los escombros de lo que fue la tiranía más longeva del Continente, y sin complejos echaran los restos al vertedero del olvido, y aquí, compatriotas, no ha pasado nada. Sin duda nacerá una Habana distinta. Y deberá, como aquella de la república, aprender a caminar sin olvidar. Una Habana Nueva necesita nueva gente. No necesita difuntos. Necesita gente como aquel Infante, maravillado con tantas desmesuras.   


 
 
 

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