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EN POCAS PALABRAS

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • 19 feb
  • 4 Min. de lectura

CIMARRONES


British Gallery



Por Francisco Almagro Dominguez


Abandonar -escapar es otra cosa- la Isla-Hacienda hace a los cubanos virtuales cimarrones. La palabra cimarrón, según la quinta acepción de la R.A.E. (Real Academia de la Lengua) designa un esclavo que se refugia en los serranías en busca de libertad.

No hay cimarronaje cierto si no se dan al menos tres condiciones elementales: ser esclavo significa que se es propiedad de alguien, una “cosa” por la cual otros deciden. El argumento de los esclavistas era que, como los animales, los esclavos no tenían “alma”. Dos, el esclavo huye. Rehúsa vivir para siempre en la Hacienda. Cabría especular si el cimarronaje se debe al trabajo abusivo -jornadas de Sol a Sol-, cambio de alimentación o buscar goce de la carne. Todo indica que los cimarrones no se acostumbraban a vivir sin libertad. Y esa es la tercera causa eficiente: la libertad en el Palenque es, sobre todas las cosas, la libertad del espíritu humano. Algo que probablemente viene desde la época de los primeros Sapiens, y para lo cual ningún sistema político-económico ha encontrado antídoto eficiente.

De tal manera muchos cubanos somos cual cimarrones modernos. Es una alegoría que funciona: nuestra búsqueda de la libertad parte del principio de que somos dueños de nuestro destino, no del propósito o las ideas de otros. Huimos de un lugar que conocemos para internarnos en sitios desconocidos. La adaptación a esa especie de orfandad social e idiosincrática es dura, y quizás nunca se logre del todo porque el Palenque resulta ajeno; las reglas han sido establecidas por quienes antecedieron en la fuga. O quienes acogieron a los primeros rebeldes, de quienes nadie ya nadie se acuerda.   

El cimarronaje tiene ciertas ventajas y no pocas desventajas, como todo en la vida. El Palenque no funciona con un poder omnímodo, vertical. Allí no hay comida garantizada ni cuidados a la salud. Todo depende de cada individuo o familia. Según los historiadores, las autoridades se elegían de manera democrática o por señorío -tiempo en el monte. La tierra se cultivaba entre todos; los bienes se repartían según el aporte de cada cual. En el Palenque cada individuo gozaba de autonomía; podía quedarse o irse cuando quisiera y sin dar explicaciones.  

Las desventajas de vivir en rebeldía o apalencado están en que nadie vendrá a "cortar" media libra de tasajo o de bacalao -dieta del esclavo cubano-, yuca y boniato, un jarro de café con miel antes de ir al corte de caña o al ingenio. Nadie irá al barracón para despertarlo. No habrá médicos famosos y solícitos para curar las enfermedades. Y en la época de lluvia o frio no tendrá mantas para taparse. Tampoco habrá un Dia de Reyes para fiestar, beber, tocar los tambores, salir en procesión por las calles de la ciudad.

Como sucedía en el Palenque colonial, en el Exilio-Palenque de hoy hay diversidad de cimarrones. Están los rebeldes. Esos que escaparon, los atraparon, sufrieron castigo y, aun así, intentaron irse al monte una y otra vez.  Nunca regresarán a la Hacienda porque en ello les va la vida. Y los mansos: aprovecharon el descuido del mayoral para fugarse. Su fidelidad a la causa cimarronal no es firme. Puede en ellos más el temor que la convicción de que la única libertad está en el Palenque.

Y hay quienes no son cimarrones verdaderos. Creen que el Mayoral o el Dueño algún día los tratara como personas. Pueden ir y venir de la Hacienda sin que nada les pase. Incluso los rancheadores han servido como guías llevarlos sanos y salvos al Palenque. No pueden comprender que la libertad es algo que se conquista. El Hombre nace libre, con conciencia para buscar la libertad por sus propios medios. Pero debe pelear por ella.

Puede que el dueño de la plantación sea lo suficientemente cínico para lograr un cimarrón mediatizado, light. Usará a las familias que quedaron detrás. Achacará a la baja producción de azúcar un ciclón, una plaga, la rotura del trapiche. Hará llegar al Palenque-Exilio la noticia de que la familia muere de hambre y enfermedades en la Hacienda por desgracias ajenas a su buena voluntad. La solución no es que el esclavo regrese. Eso sería peligroso porque una vez conocida la libertad no se renuncia a ella.

 La fórmula eficaz del amo de la plantación es el chantaje emocional. Ningún cimarrón con corazón de carne desistirá ayudar a los suyos. La solución del amo será una suerte de secuestro y rescate: el cimarrón deberá pagar por quienes están aun adentro. Seguirá creyéndose libre mientras paga como si  estuviera bajo la férula esclavista.  

Desde esa perspectiva el vasallaje parece eterno. No hay manera de liberarse de la Hacienda mientras quede un familiar dentro. Paradójicamente, la libertad del Palenque mantiene a flote la esclavitud. Es el dilema de la Isla-Hacienda y del Palenque-Exilio. No existe uno sin el otro. Dirían los filósofos que es una unidad dialéctica en lucha de contarios. Solo un cambio en las reglas modifica la estructura de manera irreversible, profunda. Entonces, tras la desaparición de uno, el otro dejara de existir.

 

 

 
 
 

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