EN POCAS PALABRAS
- Francisco Almagro
- 9 mar
- 4 Min. de lectura

Foto Unplash
Cenizas
Por Francisco Almagro Domínguez
Este Miércoles de Cenizas llegue temprano a la parroquia de mi barrio en el Sur de la Florida para la misa y la imposición de la cruz en la frente. Como algunos sabemos, es el ritual de la Iglesia Católica para iniciar la Cuaresma, cuarenta días de penitencia y oración que anteceden a la Semana Mayor, o Semana Santa. Quizás porque fui de los últimos en la fila, las cenizas estaban muy húmedas y sobre mi frente se hizo un tizne oscuro más parecido al maquillaje del bufo que a un símbolo de religiosa expiación.
Al llegar al centro de trabajo un joven nacido en esta “Habana del Norte” me pregunto que me había pasado en la cabeza. Tuve que explicarle brevemente el significado de la cruz cenicienta. Una vez en la oficina, una doctora cubana llegada hace un par de años volvió con la misma interrogante. Dijo que ella había ido a la Iglesia toda la vida y no recordaba eso. Pareció más una justificación de egos que una confesión de ignorancia. Al final una señora cubana que pasaba de los 80 años hizo la observación de que las cruces en Cuba eran grises, y esta, la mía, la “americana” era negra. Solo se me ocurrió decirle en broma que en la Isla las cenizas eran de papel y aquí eran de roble.
Lo sucedido este primer día de Cuaresma en la ciudad de Miami solo ilustra el daño cultural hecho a generaciones de cubanos durante más de medio siglo. Pueden las personas tener o no fe religiosa. Es su derecho creer en lo que deseen. Nadie debe imponerlo. Pero tampoco se debe coartar la posibilidad de conocer las religiones, cualquiera que sea. Mientras el mundo occidental, cristiano, celebra el comienzo de la Cuaresma a través de una cruz marcada en la frente, una Isla insiste en no pertenecer a esa “occidentalidad”; ha hecho y sigue haciendo difícil el acceso libre de los medios y las iglesias a propagar la fe.
El resultado es obvio: el pueblo cubano está sumido en la incultura y confundido sobre su espiritualidad. El Comunismo fue denunciado desde el Siglo XIX como un método inhumano, desalmado y sin sustento filosófico-práctico verdadero. Los ideólogos comunistas han tratado de borrar en la mente de los cubanos que los padres fundadores de la nacionalidad fueron hombres de fe, cristianos, piadosos. Para muestra un botón: el régimen llama a Varela solo por su nombre, Félix, y muy pocas veces Padre Varela; para honra de los cubanos, el Padre Varela fue considerado uno de los mejores teólogos en Estados Unidos, y a punto estuvo de ser obispo auxiliar en Nueva York.
Al minimizar la parte cristiana en la formación de la nacionalidad, la fusión en el “ajiaco tropical” que somos, toda la cultura cubana ha sufrido una degeneración difícil de reparar. Incluso para quienes practican las religiones afro-cubanas, es esencial conocer los santos católicos; a través de ellos, según Don Fernando Ortiz, se produjo el fenómeno de la transculturación: los negros esclavos “corporizaron” sus orichas en los retablos cristianos de las iglesias y las casas de sus amos. La aculturación materialista-leninista ha sido como suprimir del rompecabezas cultural cubano parte de sus piezas, lo cual hace imposible su correcto ensamblaje.
Los ideólogos comunistas saben bien que las ciudades de Cuba tienen nombres de santos, y no hablan de ellos. Los comisarios comunistas conocen que casi toda la literatura, las artes plásticas, la música y otras expresiones culturales de los siglos precedentes están vinculadas al cristianismo, y no lo mencionan, lo ocultan con aviesa complicidad. Los policías de la cultura isleños saben que el Evangelio es un “manual” del bien hacer, de espiritualidad y redención, y jamás han impreso en la Isla el libro más leído en la historia de la Humanidad, la Biblia.
Todo esto es conocido y no cambiara por la misma supervivencia del régimen totalitario. En cambio, parece que lo que buscan es convertir en cenizas materiales y mentales a quienes permanecen en la Isla. La ideología comunista insular trabaja en hacer nuevos dioses, vivos eternos. Es una tendencia necrofílica que solo podría explicarse ante la ausencia de una real espiritualidad, de la fe basada en la verdad, la belleza y lo bueno. Recuerda con demasiada fidelidad los regímenes teocráticos donde los regentes, faraones, emperadores, y reyes “vivían” después de muertos encerados en pirámides, mausoleos, cenotafios. La función de los opresores sobrevivientes eran mantenerlos “con vida” en la mente de los súbditos para prolongar el avasallamiento.
El daño antropológico, y en especial cultural a millones de compatriotas tiene y tendrá consecuencias para la reconstrucción de la Patria. Daño que atraviesa trasversal toda manifestación del arte cubano, y donde la religiosidad ocupa un lugar cimero. La libertad de Cuba solo puede comenzar con el rescate de una verdadera espiritualidad, de su cultura genésica, que nada tiene que ver con el materialismo extranjerizante y la obsesión con el no perdón, la impiedad. Mucho debe, sin embargo, al Padre Varela y a José Martí, toda su prédica de enorme inspiración cristiana.
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