EN POCAS PALABRAS
- Francisco Almagro
- 27 mar
- 4 Min. de lectura
De perdones y reconciliaciones…

Foto Unplash
Por Francisco Almagro Domínguez
En la medida que se deteriora la situación económica de Cuba el peligro de una explosión social con consecuencias imprevisibles va de lo posible a lo inminente. El régimen esta muy confiado en que toda la ingeniería sociológica creada durante más de seis décadas, ayudada, sin duda por esa válvula de escape que ha sido el exilio, podrá soportar otros sesenta años más. La indefensión aprendida, el Síndrome de Estocolmo, y otras formas de control psicológico del ciudadano se han imbricado con un sistema de vigilancia eficiente y eficaz.
Vistas así las cosas es lógico sentirse seguros, a salvo de la primera guásima donde ser colgados. Sin embargo, hay indicios de que por lo menos la válvula comienza a cerrarse. Un presurizado que no depende de los cubanos, sino de quienes, quieran o o no, han permitido cuatro grandes oleadas de emigrantes de la Isla. La mayoría ha venido en busca de libertad, política y económica. La razon del actual ejecutivo norteamericano es que deben cerrar cualquier fuga a presión interna en Cuba. Tal vez han pensado que ya es hora de hacer real la palabra bloqueo, que tanto gusta a La Habana para victimizarse.
Ante tal perspectiva, ciertas voces claman por buscar caminos que alejen la confrontación, el ajuste de cuentas, los odios y las pasiones desbordadas. Y eso esta muy bien en el plano ético. Hoy, con los conflictos bélicos en Europa y Oriente Medio, la opción de conversar con el enemigo no solo parece una quimera. Parece una debilidad, y así lo interpretan cada bando en pugna. De ese modo, el perdón y la reconciliación no son conceptos abstractos. Tienen un contexto, condiciones específicas y prácticas.
Como en cualquier otra revolución moderna, la desatan las elites y la siguen y sufren las grandes masas. La mayoría de los habitantes de la Ciudad del Sol fueron simpatizantes, colaboradores, o simplemente trabajaron para el régimen comunista. Es difícil escapar a ese agujero negro que consume toda la energía social renovadora. Salvo aquellos primeros en llegar al Norte, por lo menos el 80 % de la población cubana apoyo el proceso en sus inicios, incluso hasta finales de los sesenta. Simulaban. Tal vez. Tenían miedo. Puede ser. Obtenían casas, autos, viajes y otras prebendas. Es humano. Que estaban equivocados. Nadie es perfecto.
Pero llegados al punto donde en Cuba no hay luz eléctrica, ni agua, ni vergüenza, ¿Por qué apoyar un régimen que no entiende que su tiempo se ha acabado? ¿Por qué aplaudir a quien mal educa a los hijos? ¿Bajo qué extraña deuda hay que reverenciar a quién miente, repite promesas incumplidas? ¿Cuál es la razón para asistir a una marcha, mitin, reunión donde se corean consignas de seis décadas atrás? ¿Por qué creer en los paneles solares, como antes fueron los 10 millones, el café caturra, las cortinas rompevientos, la zeolita, la soya, los grupos electrógenos, y los maestros Makarenko y los emergentes o “valientes”, la revolución energética, y el Hombre Nuevo envejecido?
Una explicación es el laboratorio social instalado en Cuba. Han trabajado la lastima y la baja estima de cada cubano; que se sientan incapaces de sobrevivir fuera de su control. Para ello, como mantras, repiten mentiras y medias verdades como que éramos un pueblo subdesarrollado, inculto e insano en 1959; habíamos vivido en una república falsa (“seudorepublica”) bajo la tutela yanki, enemigos de los pueblos del mundo; nos dejamos arrancar la libertad en el Zanjón, y en la guerra del 95, y que aguantamos a Machado y a Batista, dictaduras sanguinarias. Y si no fuera por el criminal bloqueo Cuba sería un país del primer mundo. ¡Que lastima dan los cubanos! ¡Que humildes y entregados sus dirigentes, siempre a la búsqueda de la felicidad del pueblo por más de medio siglo y tenaces, no se cansan de seguir buscando!
No habrá perdón y reconciliación en Cuba hasta que cada uno asuma la responsabilidad, mayor o menor, por el desatare. Unos porque se fueron o los fueron demasiado temprano. Otros porque se quedaron, se hicieron viejos, y creen que ya no tienen remedio. Todo comienza al reconocer el error. Es un primer y enorme escalón, aunque difícil. Después hay que darse el perdón: es humano equivocarse. El perdón exige renunciar al error y no regresar a él por omisión o acción.
La reconciliación con uno mismo, el último paso, debe ser una conducta visible: no aplaudir, no gritar, no marchar con quien oprime. Se llama coherencia. Otra distinta suele llamarse doble moral, inmoralidad o sencillamente infelicidad, pues siempre habrá conflicto entre lo que pensamos con lo que sentimos y lo que hacemos. El fin del régimen solo podrá ser cuando cada cubano haga un examen de conciencia, y sin complejos ni bajas estimas, entienda e interiorice que debemos reconciliarnos con nosotros mismos. Que nada se le debe a nadie ni a nada. Ese y no otro es el primer y esencial camino hacia la verdadera libertad. La que empieza dentro de cada ser humano.
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