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EN POCAS PALABRAS

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • 7 abr
  • 3 Min. de lectura

Cuba, la fruta inmadura



Foto Unplash


Por Francisco Almagro Domínguez

Cada día parece más cierta la afirmación de Jorge Mañach hecha hace 100 años: somos los cubanos un pueblo inmaduro.  Lo peor es que lo seguimos siendo a pesar de las experiencias traumáticas de tres dictaduras, la última de medio siglo y contando. Un pueblo inmaduro siempre escoge la peor de las opciones. Busca un protector, alguien a quien arrimarse. Carece de autonomía económica y social. En el siglo XIX el Padre Félix Varela había advertido los peligros de la deseada y al mismo tiempo peligrosa independencia. Se necesita haber crecido en conciencia ciudadana para tener instituciones más allá de lideres y falsos profetas. Veamos algunos argumentos que sustentan esta tesis.

En primer lugar, las naciones maduras viven en la realidad, no en la utopía.  Los pueblos inmaduros disfrutan supuestas glorias pasadas; futuros imaginarios que nunca están avalados por la verdad. Toda la energía social esta puesta en esas metas que, además de inalcanzables, se olvidan al primer fracaso. Sin duda fue el ex Máximo Líder quien explotó como ningún otro dictador insular las ilusiones de la excepcionalidad cubana.

En cada discurso embonaba su delirio de grandeza con el espejismo de ser el pueblo cubano algo único. Cuba estaba destinada según la expansividad castrista, a ser lumbrera de libertad e independencia de América; tocaba a la Isla ser faro político y económico donde las masas nadarian en un mar de felicidad y de leche de vaca; los profesionales y los deportistas serían la envidia del planeta, y los ciudadanos, los más cultos, quienes en mayoría tendrían grados de alto nivel (“municipalización de la enseñanza universitaria”). La llamada Potencia Medica rivalizaría con la norteña al punto de enviar, si era necesario, una brigada médica a una zona de desastre norteamericana. Formarían, además, mejores médicos que en Princeton, Columbia y John Hopkins.   

El otro elemento de la inmadurez de la sociedad cubana está en el sentido de dependencia de alguien o de algo. Según el discurso castrista Cuba no necesitaba para su desarrollo económico girar alrededor de nadie. Pero el discurso real, el subyacente, era que la “solidaridad internacional” de rusos, chinos, y venezolanos era imprescindible. Los pueblos maduros, en cambio, son tan independientes en lo geográfico y como en lo político, según el paradigma independentista.

En esa cuerda puede hablarse de la dependencia de lideres y no de las instituciones. Cada nación madura posee una institucionalidad que rebasa los liderazgos individuales. Nada ni nadie está por encima de la Constitución, suprema unidad de voluntades, consenso y compromiso social. Los pueblos inmaduros, en cambio, dependen de lo que digan o piensen comandantes en jefe, generales sin batallas, asesinos liberticidas. Ellos imponen una ideología rectora que los pueblos inmaduros deben acatar, como los niños pequeños que se sienten.  

Por último, los pueblos maduros tienen metas y proyectos que, basados en recursos existentes, se hacen reales a mediano y largo plazos. Lo contrario sucede con los pueblos inmaduros, donde las metas son urgencias propias de los fracasos y de la improvisación. En Cuba los llamados planes quinquenales nunca se cumplían; ahora ni siquiera obedecen a una cacareada planificación; están supeditados a mantener el poder. Toda meta se resume en controlar al ciudadano, no en satisfacer a quienes se supone deben servir. Quizás los camaradas tengan razón. Viven en una economía de guerra. La guerra, deben aclarar, es la de ellos contra la mayoría de un pueblo que no los quiere ni los necesita.

Una fruta nunca madura a la misma vez.  Cuando ha alcanzado el nivel de maduración adecuado, se desprende del árbol. Cuba, la fruta inmadura, aún no está toda en sazón. Pero ya se advierten zonas donde se vive más en la realidad que en las fantasías, su gente quiere ser independiente, y la meta de escapar, que es una solución a corto plazo, se está cerrando en la medida que el mundo levanta a los cubanos un muro de incomprensión. Mientras los ideólogos comunistas se felicitan por ser fruta inmadura, que nunca caerá en manos del imperialismo, deberían entender que la naturaleza tiene sus tiempos y verdades. “Solamente cuando madura, cae el fruto de la fortuna”, escribía el Poeta alemán Schiller.



 
 
 

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