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EN POCAS PALABRAS

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • 14 abr
  • 4 Min. de lectura

Semana Mayor


Foto Unplash

Por Francisco Almagro Domínguez

Con pena y preocupación leo la noticia proveniente de Cuba sobre la suspensión del Solemne Viacrucis para Domingo de Ramos a la 6:00PM en la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, conocida como la parroquia de El Vedado. La peregrinación estaba programada para ir desde la Calle Línea hasta San Juan de Letrán, en la Calle 19, entre J e I. Para quienes no conocen la ciudad de la Habana ni sus iglesias, es una distancia de apenas una decena de cuadras más o menos. Para practicantes de la religión cristiana en el resto del mundo, el peregrinaje de apenas un kilómetro es más simbólico que penitencial.

Aunque lo habitual en la Isla es ponerle toda suerte de impedimentos a la labor evangelizadora de las Iglesia, en especial la católica, después de la visita de tres papas, el régimen comunista flexibilizó las reglas; vieron la luz algunas publicaciones, siempre para venta dentro de los predios eclesiales; autorizaron aulas para formación y comedores para ancianos; permitieron la entrada al país de sacerdotes y ordenes religiosas. Toda esta operación de limpieza de cara estuvo y está controlada por la Oficina de Asuntos Religiosos, un departamento adscrito al Comité Central del Partido Comunista, y supervisado por la Seguridad del Estado.

Con esos datos no sorprendería la cancelación de una procesión más. Pero si añadimos que el párroco de la iglesia, el padre Lester Rafael Zayas, se ha tornado un “cura incómodo” por su predica, y la volatilidad de la ciudadanía, cansada de los apagones, el hambre, el inmovilismo y la corrupción de la dictadura, una marcha religiosa por donde están los mejores hoteles y restaurantes de la Habana es una preocupación demasiado grande para quienes controlan al ciudadano. Un solo peregrino que alce la voz y grite algo contra el régimen puede ocasionar una reacción en cadena de difícil pronostico; cientos de turistas serian testigos privilegiados. El régimen, aunque apague toda comunicación con el exterior -como sucedió el 7/11- no tendría como ocultar lo que todo cubano sabe: nadie los quiere ni los necesita.

Otra noticia que no aparenta relación es que Rusia ha atacado con misiles una concentración de civiles en la ciudad de Zuni, Ucrania, este Domingo de Ramos. La justificación de los homicidas es que allí también se hallaban soldados y oficiales. Han muerto decenas de civiles, mujeres y niños. Es una contradicción que el nuevo Zar, Vladimir Putin, quien se considera cristiano ortodoxo como la mayoría del mundo eslavo, autorice tan brutal asalto el día en que se celebra la entrada de Jesús y sus discípulos en Jerusalén.

La similitud entre ambos no es que se hayan hecho un día en que la mitad de la Humanidad celebra el inicio de la llamada Semana Mayor, o Semana Santa. El parecido con el régimen cubano es el irrespeto por otros seres humanos. En la base del menosprecio anida el miedo a perder el control. El régimen comunista de Cuba porque hace tiempo malgastó el “alma” de lo que llaman revolución. Eso es irrecuperable. Quienes aún simulan apoyarlos, esperan el milagro de una salvación imposible. Los zares rusos, por su lado, confían en que el irredento pueblo ucraniano renuncie al sueño de una existencia independiente, algo ni Stalin pudo lograr con hambrunas y fusilamientos.   

La Semana Mayor puede enseñar mucho más allá de la fe cristiana. En apenas una semana, la Verdad aparece ante los ojos de amigos y enemigos. Quienes han acompañado al Cristo, y lo han negado, quedan atónitos ante las evidencias de su divinidad. El mismo pueblo que lo ha recibido con ramos y algazaras, pide crucificarlo días después. El supremo gobernador romano se lava las manos. Un rey judío aterrado ante la pérdida de poder y credibilidad, prefiere enviar al Mesías a la muerte en cruz.

Esa es la parte pesimista de la historia. Es la que prefieren los poderosos: todo termina el Viernes Santo al depositar el cuerpo sin vida y sin riquezas de Jesús de Nazaret, desprovisto de toda autoridad en el hueco de una roca, prestado, por demás. Para fortuna de la Humanidad, es el optimismo lo que caracteriza al Cristianismo. Es la más grande paradoja vivida por el Hombre: nace Jesús en un establo, crece en un olvidado pueblo de Israel, profetiza en territorios enemigos, y al resucitar, se convierte en un movimiento que persiste por dos milenios, más que cualquier reinado, y que cualquier otra religión por su extensión geográfica y cultural.

Como dijera San Pablo, sin la resurrección de Jesucristo, el Domingo de Gloria, la Verdad y la Religión Cristiana no tendrían sentido. Porque la Resurrección no es solo vencer la muerte. Es la esperanza de que el poder absoluto, las riquezas materiales, y la humillación no tienen futuro. Los comunistas cubanos, aterrorizados por su final histórico, podrán cancelar todas las peregrinaciones que deseen, y sus amigos rusos, bombardear sin misericordia poblaciones civiles. Por suerte para los todos, existe la Semana Mayor, y la Resurrección de Jesús. Contra eso se han estrellado imperios, dictaduras totalitarias, materialistas y malvados. No tienen la última palabra. No tienen la Verdad.   

 

 

 
 
 

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