EN POCAS PALABRAS
- Francisco Almagro
- 20 abr
- 4 Min. de lectura
‘Resuelvo” luego existo.
Foto Unplash

Por Francisco Almagro Domínguez
La naturaleza tiene un orden. Y debe ser respetado. En el Génesis, uno de los libros más antiguos de la Humanidad, Dios prohíbe al hombre comer del Árbol del Conocimiento, o del Bien y del Mal. La historia bíblica posee varias interpretaciones teológicas. Una de ellas es que hay ciertos límites que no deben ser sobrepasados. Dentro de esas demarcaciones está el ambiente donde vivimos. Cuando una violación de los límites naturales sucede, el ser humano queda “desnudo”; debe esconderse para no sufrir castigo. Castigo que se ha dado el hombre así mismo pues en su soberbia ha querido ser Dios.
La alegoría es válida para todo el hábitat, incluyendo los animales. Los depredadores matan para comer. Un lobo enfermo de rabia agrede porque enloquece. Si esta “en su sano juicio bestial”, caza la presa más débil o enferma. Mantiene de esa forma el frágil equilibrio natural. Menor cantidad de lobos muestra escasez de ciervos; eso habla de sequía, de ausencia de pasto fresco. Al disminuir la cantidad de ciervos, la manada de lobos procrea menos; y los cachorros mueren de hambre; la manada de lobos disminuye. Al final del ciclo, si no hay una enfermedad o un cataclismo, hay la cantidad de lobos y ciervos necesarios para conservar las especies.
Es básico comprender que en la naturaleza intrínseca del hombre está el sentido de propiedad. El ser humano es el único mamífero con ese conocimiento, y capaz de transformar las cosas que son suyas, intercambiarlas con otros humanos si así lo desea. Cuando otro individuo se apropia de lo ajeno ha roto una importante regla de convivencia. Lo llamamos robo, despojo, o saqueo según la acción que acompaña al hecho. Los seres humanos roban gracias a dos factores esenciales: uno, las oportunidades que tiene; dos, las gónadas -testículos u ovarios- que posean. Se salva de esta definición una entidad psicopatológica llamada cleptomanía: el individuo sustrae bienes por su incapacidad para controlar los impulsos: no necesita lo hurtado. De no hacerlo, la ansiedad lo atenaza de manera cruel.
En el robo no patológico el ladrón, por avaricia y a veces necesidades oscuras, toma lo que no le pertenece en función de su utilidad; asalta un banco, hace fraude, de una tienda se lleva un par de zapatos porque ha pensado hacerse rico, o como se verían unos bellos zapatos italianos en sus pies el sábado por la noche. No se roba sin propósito. Hay una idea que generalmente antecede al acto delictivo. Existe intención de robar primero a la acción del robo. La meta no está en lo robado, está en el beneficio de lo robado.
En los sistemas comunistas, donde un pequeño grupo de personas se apropian hasta de las almas de sus súbditos al peor estilo feudal, se pierde el ordenamiento donde la propiedad privada y algo con lo que nace el hombre. La consecuencia de subvertir un principio básico como este es que se borran los límites entre lo ajeno y lo propio; robar ya no será un delito, sino una necesidad para la subsistencia: “ladrón que roba ladrón tienen cien años de perdón”. De tal modo, la proposición cartesiana de “pienso luego existo”, se transforma en “robo, luego pienso”.
Curiosamente, el comunismo tropical ha dado un aporte práctico a la filosofía cartesiana, solo que, no faltaba más, es al revés: robo y después veo para qué. Al carecer de todo, da lo mismo llevarse la tapa de un inodoro, un pomo de cristal vacío, un hierro oxidado. Tarde o temprano, la tapa, el pomo y el pedazo de óxido podrían ser útiles. Si no lo son de inmediato, servirán para trueque en una sociedad donde el dinero ha perdido su valor. Eso hace del ciudadano insular un potencial ladrón a futuro. Un profeta del hurto.
Como la palabra robar puede ser chocante, el sistema ha descubierto la reconversión de significados: desempleados son “interruptos”, prostitutas “jineteras”, vagabundos “deambulantes crónicos”, los dirigentes sancionados son “asignados a otras funciones”, y los dólares se convierten en “moneda convertible”. No se sabe si la palabra “resolver” fue de creación popular o el propio régimen la popularizo por la costumbre de usar eufemismos para todo.
Lo cierto es que la máxima cartesiana de pensar y luego existir en Cuba ha cambiado por la muy tropical de “resuelvo, luego existo”. A medida que se deteriora la sociedad cubana “resolver” y después pensar es un principio de elemental sobrevivencia. Los llamados “buzos”, inquietos buscadores de “tesoros” en la basura, son pura filosofía practica que corporizan el adagio cartesiano tropical.
El régimen dice estar en una batalla frontal contra el robo y las ilegalidades. Es una campaña propagandística más, de imposible concreción. “Resolver” está en la génesis de un sistema fallido, donde el primer pecado es violar la propiedad privada de las personas, y disponer de sus cosas, no ya del pensamiento, sino hasta de lo que van a comer o cómo van a dormir -con luz eléctrica o si ella. Los líderes comunistas parecen atrapados en un dilema dialectico: el robo, la mentira y el fraude son los que han mantenido a flote una sociedad fracasada. Ir contra eso es ir contra la Involución cubana misma porque “resolver” es el modo natural de sobrevivir en Cuba. Todo lo que el ciudadano debe hacer es “resolver” sin “darle mucho taller”. “Aquí la lucha es por estar en el patio el mayor tiempo posible” decía un viejo amigo en la Is
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