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EN POCAS PALABRAS

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • 28 abr
  • 4 Min. de lectura

Una pelea diferente.




Foto Unplash


Por Francisco Almagro Dominguez

Hizo muy buen tiempo el fin de semana. Así que la familia se fue a la playa. Se nos unió un muchacho que lleva apenas un par de meses en los Estados Unidos. Playa y cubanos por todos lados, el tema no se hizo esperar: la situación en la Isla, y el futuro, donde cada compatriota profetiza a su aire. Este chico, que al decir de Serrat, todavía lleva en su piel el sabor amargo del llanto eterno, nos dice que no podemos imaginar los contrastes en la Cuba de hoy. Por un lado, individuos muy ricos, con varios negocios privados, que se mueven en automóviles de alta gama. Y por el otro el pueblo, cada día más pobre, bordeando la miseria con falta de alimentos y medicinas.

Entonces habla de sí mismo. Cuenta que en la Isla comunista vivía “bien”. Tenía un par de negocios. Viajaba al extranjero para traer mercancía y revenderla. “Pero la cosa se ha puesto difícil”, apunta, “porque ya ni con dinero escapas de los apagones, los inspectores que te quieren esquilmar, los policías, que te paran en la calle por cualquier motivo”. Ha decidido no regresar. Esperará un año por la Ley de Ajuste cubano, y como entró legal en Estados Unidos con visa de turista, todo lo que debe hacer es mantenerse en la sombra, agazapado, a salvo de una redada imprevista.  

Pero en apenas dos meses ha comenzado a ver las cosas un poco menos halagüeñas. Después de trabajar en varios lugares a medio tiempo, siente como si estuviera a la deriva. No posee permiso de trabajo, y quienes lo emplean, pagan mal y algunas horas a la semana. Cada dueño decide cómo y cuándo rescindir un contrato que no se firma. No hay sindicato, ni buzón de quejas y sugerencias. Para minimizar su infortunio, una prima lo “recogió” en su casa; duerme en un sofá en la sala hasta que el esposo de la pariente se levanta de madrugada para irse a manejar un camión.

Como hacia un día maravilloso para nublarlo con tanta tristeza, tratamos de ponernos en sus pies salpicados de arena. Dijimos que la mayoría de quienes lo rodeaban habían comenzado sus vidas en el exilio de esa, y hasta peor manera. Irse de su país, dejar atrás familia, amigos, lugares, sabores y olores con los que crecimos, era duro. Si a eso sumáramos reinventarse en una sociedad ajena, muy competitiva, con otro idioma e idiosincrasia, debía estarse muy mal para tomar esa decisión, sobre todo si eras cubano, porque volver atrás no era una opción muy amigable: ni el régimen te trata igual, ni la persona, como la alegoría filosófica, era la misma después de vivir en otro sitio.

Fue cuando el invitado tuvo una especie de revelación: había venido a Estados Unidos y no regresaría a la isla porque allí no tenía libertad. Eso hizo que la conversación terciara hacia el verdadero motivo de la emigración cubana: irse de la Isla es una fuga, no una elección. Y como todo escape, tiene sus sombras y sus luces. Nadie lo pudo decir mejor que el poeta Jorge Valls, exiliarse es un naufragio. Todo lo material, y hasta  los recuerdos, se pierden, menos la dignidad, el ser persona. Y en esa huida donde no se sabe cómo y dónde empezar de nuevo, la incertidumbre es un acompañante difícil de vencer.

Por esa razón, en el exilio la “pelea” es distinta. No tienes las manos amarradas. Los pies listos para desbrozar el camino. Todo depende de la persona. Preparación y suerte, un par dialéctico complementario: podrías haber sido medico eminente, y si al llegar a esta tierra no posees la flexibilidad necesaria para adaptarte a la nueva vida tendrás el fracaso asegurado. Algunos dicen que la fecha de llegada es su segundo cumpleaños.

La llamada suerte es básica en la sociedad de mercado. No es otra cosa que oportunidades: estar en el lugar y en el momento adecuado. Y si no es así, por lo menos conocer a quien sabe. La preparación no sería más que poder cumplir con lo que dueño desea o necesita. Un título universitario de la Isla sirve para seguir estudiando, validar los conocimientos. Pero carece de valor “comercial”: en esta sociedad no se “compran” títulos académicos sino personas; cuanto eres capaz de hacer, no cuanto dices que haces. Se paga por resultados, no por nómina.  

Es difícil, como lo fue para los casi dos millones de cubanos que han salido de Cuba, asimilar este “combate”. Las  reglas son radicalmente distintas. El comunismo mutila la libertad humana porque desgarra el sentido de responsabilidad individual. Una elite vive, como en las sociedades pre-capitalistas,  del trabajo y el sufrimiento de la mayoría. Puede que el capitalismo tenga excesos de individualismo, egoísmos. Pero no cabe duda que al contrario de lo que afirman los ideólogos marxistas, el capitalismo es una sociedad más coherente con el pensar, sentir y obrar del ser humano. La Historia, madre y maestra, así lo enseña.

Por último, y antes de darnos el merecido chapuzón, he contado como una gran amiga, exiliada hace muchos años en un país europeo, me enseñaba esta nueva “pelea”:

-¿Alguna vez has jugado domino de siete fichas?- preguntó.

-No, solo el de diez.- dije sonriendo.

-Bien- dijo ella-. Se parecen pero no son iguales. Hay que saber. Primero te paras por fuera de la mesa y observas a todos los jugadores, como ponen las fichas y cuando guardan las que tienen. Pasado un rato, y solo cuando has aprendido las reglas, pides que te dejen jugar…

- Entonces podría ganar una data.- interrumpí.

-No, eso sería un error. No puedes ganar contra quienes llevan años jugando domino de siete fichas. Debes perder. Que los demás crean que no sabes. Perder tres o cuatro datas. Y cuando ya no te tengan en cuenta, empiezas tú a hacer tu juego. Solo así puedes ganarles.

Ayer hizo muy buen tiempo el fin de semana. Se nos unió un muchacho que lleva apenas un par de meses en los Estados Unidos. Ojala aprenda a jugar bien el domino de siete fichas. Con calma. A su tiempo.

 
 
 

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