EN POCAS PALABRAS
- Francisco Almagro
- 2 may
- 4 Min. de lectura
La Marcha
Foto Unpalsh

Por Francisco Almagro Domínguez
He visto la concentración y la marcha por el Primero de Mayo, día de los trabajadores, en la llamada Plaza de la Revolución. No eran algunos cientos, ni miles. Eran cientos de miles. Llevaban carteles, niños en hombros, banderitas cubanas -alguna china colada por allí a propósito. Y la mayoría vestía con camisetas blancas; en el pecho, lemas de apoyo a lo que aun llaman Revolución. La marcha se extendía por toda la calle Paseo hasta la Plaza, para quien no sea habanero, son varios kilómetros de asfalto y ancha vía. En la tribuna, al mejor estilo soviético, la plana mayor del régimen con alguna ausencia llamativa.
Impresionante, diría cualquier extranjero. Y lo pondría a dudar: ¿cómo un pueblo hambreado, en lo material y social, puede todavía agradecer a quienes lo gobiernan el calamitoso estado de las cosas? ¿No dice la prensa extranjera que el proceso cubano está en sus finales? ¿Qué final es ese donde una riada de hombres, mujeres y niños desfilan desde el amanecer frente a los que los medios foráneos acusan de ser los primeros y únicos responsables de esa miserable existencia? ¿Esto es un manicomio o una enorme puesta en escena de una compañía de teatro?
Sin duda, la Marcha de los Trabajadores crea desconcierto en quienes, desde la lógica, no entienden lo que la Involución cubana ha logrado con paciencia, penitencia y saliva. En cualquier lugar bastaría un aumento en el precio del transporte, de la luz eléctrica, de las tarifas del agua potable para desencadenar una marcha contraria a los gobernantes. ¿Por qué en Cuba sin apenas transporte público, apagones de 12 horas o más, escasez de agua, y pobre alimentación los trabajadores desfilan para agradecer esas carencias? ¿Serán masoquistas, y quienes los dirigen, sadistas contumaces? Los sindicatos que se supone lideren la marcha, ¿comparten la misma tribuna con quienes por deber tienen que enfrentar?
Comencemos por advertir que no hay una sola respuesta. Incluso las que hay sobrepasan las saberes mismos, y entran en el campo de la especulación. Establezcamos también, que dentro de esos miles de “marchantes” un porciento no despreciable apoya el socialismo totalitario. Mas del 75 % nació y creció dentro del proceso, no conoce otra cosa, y si acaso algo saben es que “afuera” la gente malvive entre violencia y desempleo frecuente. Ese ciudadano de la Isla cree a pie juntillas que la responsabilidad de su desgracia no se debe a quienes con sombreros de yarey presiden la marcha, sino a los que rigen más al Norte, cuya intención primera de apoderarse de Cuba para convertirla en una colonia otra vez.
El “desfilador” del Mayo Comunista no desea cambios importantes en su vida. Le han dicho que puede ser peor el remedio que la enfermedad. Solo aspira unas horitas más de luz eléctrica, una pipa de agua semanal, media libra de aceite adicional y, por supuesto, que lo dejen seguir “resolviendo”. Bajo ese pulóver, coronado por la bandera de la hoz y el martillo, habita un individuo que ha sabido adaptarse a vivir día a día sin pensar en mañana, en sus hijos, en que su cabeza encanecida no tendrá futuro fuera del redil conocido.
Por supuesto, también caminan en formación compacta los trabajadores-actores aficionados. Su performance es parecer lo que no son. Durante todo el mes precedente el sindicato y la administración han pasado la lista de compromisos para el Primero de Mayo. Sabe que allí estarán los jefes como ganaderos de seres humanos -sindicato y administración en el comunismo son pájaros del mismo buitre. Van a disfrutar la hipocresía y la sospecha de otros actores-trabajadores, comenzando por los jefes, a quienes han visto “resolver” cada día con mayor desparpajo. Una vez terminado el desfile, regresaran a sus casas, felices porque “todo el mundo los vio en la marcha”. Ahora, hasta el mayo próximo.
Estos dos tipos de caminantes quizás tengan la ilusión de que algo podrá cambiar el próximo año. Ellos marchan. Se han portado bien. Desde la tribuna el saludo de quienes jamás han sudado en un torno hace creer en una victoria cercana, un amanecer sin “bloqueo”, la inversión china salvará del desastre, la protección rusa contra una invasión norteamericana que se espera hace medio siglo. Todo irá mejor, piensan los que creen y los que simulan creer, porque en la tribuna hay hombres conscientes de la urgencia de los cambios. Esta marcha es para suplicarles: sean buenitos camaradas comunistas, no sigan maltratando a su propio pueblo.
Del lado de acá, viendo la Marcha del Primero de Mayo desde el aire acondicionado y televisión de 75 pulgadas, la primera idea es “que se fastidien, los cubanos tienen lo que merecen”. Podían haber dicho que estaban enfermos, que se les fue la guagua o el camión, que se levantaron tarde. Tampoco muchos compatriotas por acá entiendan por que su familia, que sobrevive en Cuba gracias a los dólares, alimentos y medicinas que envían desde tierra “enemiga”, desfila en modo ovejuno por delante de los depredadores que se alimentan de sus miedos y carencias.
Es imposible predecir hasta dónde puede llegar tal discordancia donde se piensa una cosa, se siente otra y se obra de manera distinta. La historia demuestra que los cambios profundos, estructurales, solo ocurren cuando una singularidad, un hecho nimio, cambia las reglas del sistema. ¿Cuál será ese hecho puntual? Nadie lo puede predecir. Por ahora he visto una enorme cantidad de hombres, mujeres y niños por la Calle Paseo en dirección a la Plaza. La mayoría vestía camisetas blancas; en el pecho, lemas de apoyo a lo que aun llaman Revolución. Me niego a creer que eso es lo que el pueblo cubano merece, aunque la ira, inicialmente, lleve a pensar así. Lo que si se puede predecir es que todavía tendrán que pasar cosas peores para que en la Isla encuentren el camino de la verdad, la justicia y la prosperidad.
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