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EN POCAS PALABRAS

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • 8 may
  • 4 Min. de lectura

El viajero y el maletín


Foto Unplash


Por Francisco Almagro Domínguez

 Dice un amigo que al viajero se le conoce por el maletín. La frase, como todo refrán, encierra en pocas palabras una verdad de Perogrullo: en cada viaje llevamos o traemos algo material y espiritual. De ida solemos poner dentro lo necesario a usar. A veces, como sucede con nuestras queridas madres, esposas e hijas, más de la cuenta. Ellas, previsoras como nadie, aducen que todo lo que llevan podría ser útil en cualquier momento, y casi siempre tienen razón. Los hombres, en general, improvisamos un jolongo con lo perentorio; allá van un par de calzoncillos, medias, alguna sudadera y acaso un pantalón.

La cosa se complica cuando regresamos del viaje. Con frecuencia encontramos cosas únicas por su belleza y originalidad. Previsivamente podemos dejar espacio en el maletín para no tener que comprar uno nuevo -se acumulan en los closets hasta tocar el techo-, y pagar por el exceso de equipaje. Aquí la relación viajero-maletín se invierte, y el hombre critica a la mujer por partida doble: trajo cosas innecesarias y gastar dinero extra que bien podría ahorrase.  

La analogía del viajero y el maletín ilustra lo que está sucediendo ahora mismo en el mundo, pero en dos lugares diferentes. Por un lado, sesiona desde ayer en el Vaticano la elección de un nuevo Papa. A Roma han viajado los 133 cardenales electores sin otros maletines que lo que permite el adusto Hotel Santa Marta. Las habitaciones se describen con mobiliario imprescindible y sin ornamentos. El hotel donde Francisco vivió durante todo su papado es lugar de paso y de oración, no un sitio para recrearse. Los cardenales estarán allí con sus maletines de oración, y regresarán a los lugares de origen después de cumplir con la única misión que los convoca: elegir al sucesor de San Pedro.

En otro lugar de la geografía europea se celebra un aniversario más de la derrota del fascismo, entiéndase italiano, nazismo alemán y militarismo japones. Lo que los unía hace ocho décadas era el totalitarismo como razón de todo: un solo partido político en el poder atravesaba la vida económica, política y social de sus pueblos. Cada nación tenía un líder omnímodo, invulnerable, infalible: Duce, Führer, Emperador.  Se enfrentaban a una Europa parecida a esta, vulnerable por cierta medievalidad donde los intereses de las regiones a veces son más importantes que la unidad nacional y continental.

Pero para Adolfo, sin duda el líder de la coalición, el objetivo final era la derrota de la competencia totalitaria:  la Unión Soviética. Europa hablaría alemán, no ruso. Ese era el maletín hitleriano. Europa Occidental acaso era una preparación necesaria para llegar a la meta. Quien niegue que la Unión Soviética era un estado totalitario con ánimos imperiales falta a la verdad y a la historia; el pacto entre nazis y comunistas era para repartirse Polonia, y habla muy claro del talente de ambas dictaduras. Los crímenes de Stalin no comenzaron con la guerra ni se justifican con ella.

Decenas de años después han viajado a Moscú, sede del poder absoluto ruso, otros émulos de dictadores, algunos más impresentables que otros. Celebran la victoria sobre el fascismo, ellos, los mejores representantes de la anti-democracia y de la crueldad sin límites. Cada uno con maletín diferente para llevar y traer. La coalición de los nuevos totalitarios rinden tributo al poder emergente de la alianza que pone al mundo al borde de una guerra mundial, quizás la última con armas, pues según achacan a Albert Einstein, la próxima será a palos y piedras.

Fuera de todo chovinismo, un viajero destacado es el que hace el papel de presidente de Cuba. Ha dicho sin sonrojo que la guerra la ganó casi en exclusiva la Unión Soviética, sin duda lo que nos enseñaron en la escuela. Camarada: si bien Stalingrado, y la Batalla de Kursk fueron puntos de giro en la contienda, no olvide el desembarco de Normandía, la operación marítima más grande en hombres y armas de la Historia, y la Guerra del Pacifico, en la cual los Estados Unidos fueron protagonistas casi en exclusiva.

Pero casi puedo comprender a este viajero continuista, cuyo maletín vacío ha viajado miles de millas para traerse al Caribe algo más que abrazos y sonrisas. Las inversiones de los oligarcas rusos en la desértica economía cubana no acaban de arrancar. La supuesta actualización de toda la infraestructura militar y la modernización del armamento -tecnología como principio- no parecen llenar las expectativas. El turismo pesetero ruso prefiere lugares donde haya luz eléctrica fuera de los hoteles.

El Designado ha hecho lugar en la valija donde escasamente lleva al nuevo zar dosis de solidaridad internacional, y como es costumbre, la promesa de vender hasta el alma cubana si es necesario para salvar a la elite que escribe el guion del primer secretario. Solo que una cosa piensa el Designado y otro el Bodeguero en jefe, aun vivo para los desfiles y las apariciones en asambleas.

Mientras concluyo estas líneas hay dos viajes y dos maletines distintos recorriendo el planeta. Uno procura garantizar la espiritualidad y la paz del mundo donde vivimos. El otro, bajo el manto del jolgorio, coordina el próximo paso para conquistar a quienes luchan por sobrevivir a las dictaduras. Sabemos, al menos, que el cristianismo ha subsistido más de dos mil años a pesar de los imperios y los autócratas. El viaje es diferente. El maletín, también.  Uno va y regresa. El otro nunca llega al final.             

 

         

            

 


 
 
 

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