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EN POCAS PALABRAS

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • 16 may
  • 4 Min. de lectura

20 de mayo: la historia deconstruida.


Foto Unplash (Mauro Lima)

Por Francisco Almagro Domínguez.

No poco ha sido el aporte de los historiadores castristas a la Involución cubana. A ellos toca el demerito de deconstruir-reconstruir los hechos, relativizarlos, descontextualizarlos y como haría un sastre en su alicaído taller, hacer que la prenda raída y pasada de moda se ajuste al cuerpo del cliente. Para ello han contado con el acceso ilimitado a textos originales, a  fotos de daguerrotipos decimonónicos, publicaciones complacientes y abiertas a todo embuste, y, sobre todo, a la sumisión a un régimen que dicta como debe rescribirse el pasado. Mientras todo esto sucede,  necesitan bloquear -aquí vale el termino- todas las narrativas alternativas que pongan en duda la dominante, como bien dijera Michel Foucault.

La deconstrucción de la historia es un principio elemental de cualquier régimen omnímodo, desde la familia hasta la sociedad. Lo hacían los romanos, aunque con la decencia de permitir en los territorios bajo tutela ciertas leyes y religiones autóctonas. Lo hicieron los reyes y emperadores para expandir sus dominios. Hubiera sido casi imposible conquistar nuevos territorios sin ocultar el pasado de los pobladores legítimos, lo cual propiciaba la colonización cultural; seres, esos aborígenes,  sin alma y sin glorias, quienes debían agradecer el cepo y nuevos apellidos. Pero sin ir más lejos, la Revolución Francesa, erigida sobre la fraternidad, la libertad y la igualdad, terminó cambiando los meses del calendario gregoriano y justificó la carnicería que decapitó a sus protagonistas.   

¿Por qué es importante deconstruir y reconstruir la historia para gobernar de modo autoritario?  En los regímenes totalitarios, ¿existe margen para la duda, el dialogo, incluso la investigación desprejuiciada de la historia?

Comencemos por lo más sencillo: el antecedente del proceso histórico. No hay modo de justificar un cambio social radical si no se fundamenta en el desastre anterior. En ese sentido, el pasado debe deconstruirse en la mente de los gobernados. De no ser así, siempre habrá quien pregunte por que no rescatar algo. La narrativa condenatoria del pasado, además de justificar la sangre y la conculcación de los derechos, de modo indirecto anuncia que lo que vendrá será mejor que lo sucedido.

El caso cubano es muy representativo. Podría afirmarse que son expertos en la deconstrucción-reconstrucción de los anales -las memorias. Los historiadores comunistas conciben la gobernanza republicana en tres momentos. La primera república es llamada “en armas”; una suerte de gobierno itinerante sin poder real. A la segunda la denominan seudorepublica, mediatizada, neocolonial y otra cantidad de lindezas.  La castrista, tercera república, es la verdadera y única -aunque república solo es tal si existen tres poderes independientes, elegidos democráticamente. Para sustentar que ellos son la verdadera soñada por Martí, argumentan ser “otro tipo de democracia” y tener una manera diferente de organizar el Estado -nunca aclaran que son un Partido-Estado. Pero tal aseveración solo es sustentable si se ningunea el 20 de mayo y lo que representó entonces.   

Historiadores, periodistas y comisarios comunistas iniciaron su andamiaje reconstructivo desapareciendo las fechas y los protagonistas, para después cambiar los nombres de los centrales, cines y teatros, calles, parques, mares, montañas, ríos y charcos.  Casi nada ha escapado a la iconoclasta perversión de condenar el pasado para imponer un presente y anunciar un futuro que nunca llega ni llegará porque no tiene sustento en la verdad, el bien y la belleza.

No por conocido debe olvidarse que al izar la bandera cubana en el Palacio de Gobierno, se reconoció a Cuba como país independiente. Ondeaba la de las franjas y la estrella solitaria sin acompañarse de otra foránea. La fecha se escogió porque el día anterior se cumplía el aniversario de la caída de José Martí en Dos Ríos. Era muy simbólico, casi místico: el apóstol renacía en una Cuba soberana. Si no le era en toda su extensión, es asunto nimio detrás del gesto alegórico: desparecía la dominación militar norteamericana sobre la Isla y se entregaba a Tomas Estrada Palma la conducción de la nueva República.  

El proceso desconstrucción comunista ha trabajado con denuedo en enlodar todas las figuras republicanas en la presidencia, comenzando con el propio Estrada Palma, hombre íntegro y segundo de Martí en el Partido Revolucionario Cubano. No se salvan ni generales ni doctores. No existe en cincuenta y pico de años un presidente que hiciera algo meritorio. Y (des)gracia a ello, hoy los jóvenes y muchos que peinan canas no pueden nombrar media docena de políticos cubanos anteriores a 1959.

En un tragicómico signo de los tiempos por venir, cuando tumbaron todas las estatuas de los presidentes en una avenida de La Habana, solo quedaron los zapatos de Don Tomas, como si el primer presidente hubiera tenido bien puestos los pies sobre la tierra. La narrativa castrista se ha encargado de demeritar su figura al llamarlo traidor, cual Judas que se niega tres veces:  

“El 20 de mayo fue una fecha importante como momento de la historia. Pero es también el día en que se consuma la triple traición de Tomás Estrada Palma: a José Martí, al Partido Revolucionario Cubano y al Ejército Libertador, que, es decir, al pueblo de Cuba. Por eso no hay que negar la fecha, sino recordarla, estudiarla, por todo lo que significó, pero no celebrarla” (Cubadetate, El 20 de Mayo: Más que fecha incierta. Pedro Prada).

Desgraciadamente para los continuistas e historiadores a su servicio, queda un reducto de memoria histórica a pocas millas de sus costas. El fortín de decoro celebra todos los años un evento llamado Cuba Nostalgia, donde niños, jóvenes y abuelos recuerdan, conocen y viven la Cuba que fue y que aún no dejan ser.

La historia la escriben los vencedores, recuerda el aforismo. Cabría preguntarse, más de seis décadas después, quienes son los verdaderos vencedores sin necesidad de rescribir una sola letra. El 20 de Mayo hay que recordarlo, estudiarlo, y más que nada, volver a celebrarlo. Ese día, y no otro, fuimos país. Se lo debemos a quienes vieron ondear la bandera de la estrella solitaria por primera vez ese irrepetible día de 1902.     

 
 
 

1 Yorum


leivacuba
16 May

Excelente narración me encantó 💯

Beğen

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