EN POCAS PALABRAS
- Francisco Almagro
- 27 may
- 4 Min. de lectura
Las campanas doblan por Cuba.

Foto Unplash
Por Francisco Almagro Domínguez
He conocido una persona que vivía en un pueblo cercano a la beca. Desde la escuela se podía ir caminando, algo que facilitaba las fugas de madrugada los sábados a través de un enorme naranjal que moría en la carretera -cierta vez el general-expresidente dijo que el recluta que no se escapaba no era buen soldado.
Pues esta señora ha regresado de Cuba, donde estuvo unas semanas apenas. Mi curiosidad pudo más que mis escrúpulos. Pregunté por la beca. Me dijo era un amasijo de escombros, y el naranjal de los escapes, amoríos furtivos, y empachos por hollejos ha desaparecido.
- ¿Como puede haberse destruido aquello, que era inmenso? -pregunté y añadí: - ¿Que hay ahora con tanta tierra baldía?
-Nada -respondió ella con pasmosa tranquilidad. –Marabú, eso es lo que allí hay ahora.
Cuando creía que nada podía superar lo que en mi juventud parecía inmenso y eterno -la bodega al final del terraplén, los frondosos platanales, la cosecha de la papa, los sembradíos de tomates y lechugas, las turbinas y los regadíos aéreos- con la filosofía que solo tienen las personas nacidas y criadas en los campos, dijo:
- ¿Y sabes que es lo peor? La gente que ya no está. En Cuba no queda nadie, o se han muerto, o se han ido, pa’ Miami o pa’ la Habana. El campo cubano esta desolado… los pocos guajiros que quedan no quieren sembrar… todo se lo roban. Acopio no les paga.
Han salido los informes sobre demografía cubana. En cualquier país sería alarmante. En la Isla desaparecieron 307, 961 habitantes desde 2023. El envejecimiento -mayores de 60 años- alcanza el 25,7 % de los ciudadanos, si es que las cifras no están trucadas, como es costumbre. La población no solo no crece, sino que disminuye y envejece aceleradamente: de cada 4 cubanos, uno está frisando la edad de jubilación.
Para que se tenga una idea del desastre en tiempo de paz, durante la Segunda Guerra Mundial los ingleses perdieron 397, 762 vidas en seis años de cruentos bombardeos sobre sus ciudades, batallas de infantería y bajas en la fuerza aérea. Los norteamericanos, quienes combatieron poco más o menos solos la guerra del Pacifico, y en Normandía cayeron por miles, ofrendaron unos 405, 399 nacionales. En la propia Isla, las guerras de independencia cobraron la vida de 155 a 170 000 civiles, un 10 % de la población entonces. Un cálculo aproximado indica que entre las dos guerras perecieron 600, 000 personas, incluyendo españoles y cubanos. En conclusión: el régimen ha logrado “eliminar” de su territorio en menos de dos años a la mitad de las personas fallecidas durante el conflicto emancipador del Siglo XIX.
Ante la evidencia, en vez de aceptar los hechos, y buscar una solución posible, honesta, los dirigentes de la Isla y sus voceros esconden la cabeza, hablan de “bloqueos” y penurias causadas por otros. Es cierto que en la medida que aumenta la pobreza y la represión, aumenta la fuga -sin naranjal por medio. Pero el argumento del sitio como causa primera del desastre demográfico no solo es falaz, sino cínico y mutila cualquier análisis serio sobre el asunto. De Cuba se fue, se van y se irán todos los que puedan hacerlo. Es una gran paradoja que sea el país bloqueador quien a través de las remesas de los emigrantes mantengan con vida el régimen parasitario.
Tampoco explican la baja natalidad con argumentos sólidos. Es bueno que los camaradas se den por enterados de una vez: la mujer cubana no quiere parir, compañeros. Han creado una cultura de la no-natalidad con el uso desmesurado del aborto provocado como método anticonceptivo. Es una combinación letal anti-demográfica: pocas mujeres paren, no hay remplazos femeninos -solo las mujeres paren, aunque el CENESEX diga lo contrario-, y las que así lo hacen, saben que traen al mundo otro sufriente que no tendrá leche a los siete años, justamente cuando mudan la dentadura.
El colmo del cinismo, si es que se puede rebasar la deshonesta narrativa Involucionaria, ha sido facilitar la emigración a través de terceros países abriendo el “banderín” a través de países amigos e impresentables. Cada emigrante admirador de lagos y volcanes nicaragüenses es un potencial “remesador” tan pronto ponga un pie del otro lado de la frontera. Hoy sabemos que, queriendo o no, la adminis-traicion anterior dejó entrar a través del mal llamado Parole humanitario a cuanto delincuente y comunista íntegro pudo.
Los cubanos escapan hacia el Norte por las mismas razones que la mayoría de los latinos: es el mejor lugar para comenzar una nueva vida. La llamada Ley de Ajuste tuvo un contexto y un propósito, y quizás ha perdido su esencia ante el abuso que los mismos cubanos han hecho de ella. A quienes venimos de la Isla, el sur de la Florida se nos hace digerible, amigable. Pero si el régimen tuviera vergüenza podría admitir que hay “prófugos insulares” hasta en la Estepa rusa. La gente, camaradas, no se escapa de Cuba porque son contra-involucionarios, antimarxistas, escoria. La razón principal, la causa eficiente, diría el filósofo, la dijo esta señora al final de la conversación:
-Allí no se puede vivir. Con ellos jamás habrá nada bueno para Cuba.
Recuerdo a Hemingway. Lo leía en la beca. Una de sus novelas versaba sobre la guerra civil española. Confusión y muerte en una prolongada contienda fratricida. Como muchos, creo que la Involución cubana llegó a su final moral e ideológico, y en estos momentos, material. No saben cómo salir del atolladero que no sea sacrificando a todo un pueblo en un acto supremo de egoísmo y cobardía. Es por eso que, parafraseando la novela del escritor norteamericano, me anime a decirle:
-No pregunte, señora, por quién doblan las campanas. Las campanas doblan por todos nosotros.
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