Por qué NO Kamala.
Por Francisco Almagro Dominguez
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“Una vez nombrados en las Convenciones los candidatos, el cieno sube hasta los arzones de las sillas. Las barbas blancas de los diarios olvidan el pudor de la vejez. Se vuelcan cubas de lodo sobre las cabezas. Se miente y exagera a sabiendas. Se dan tajos en el vientre y por la espalda. Se creen legítimas todas las infamias. Todo golpe es bueno, con tal que aturda al enemigo”
Así describió nuestro José Martí hace más de 150 años las elecciones norteamericanas. Tuvo el privilegio de observarlas varias veces, en la ciudad de Nueva York, y en el momento en que los Estados Unidos estaba en pleno apogeo industrial; se elevaban los rascacielos y el Puente de Brooklyn desafiaba la gravedad; el Oeste y el Sur se recuperaban de una fallida reconstrucción y algunas otras heridas al orgullo de los primeros colonos del Pacifico; la elite financiera e industrial hacia una alianza que llamarían monopolio y necesitaría de una regulación legislativa.
Las elecciones norteamericanas pueden verse como la competencia por un puesto de trabajo. Es tradición que los candidatos, en cualquier empleo, expresen ante el empleador los talentos, habilidades, experiencia. Aquí quien contrata es el pueblo, a través del voto. El candidato es quien resulte elegido, también por votos, por cada partido político. Por mucho más de un siglo los partidos han sido dos, lo cual se explica por sus programas y seguidores. Dada la importancia en la política mundial, y el poderío económico y militar de los Estados Unidos, es comprensible el nivel de lidia por el empleo. Importa el dinero porque hay que anunciarse, convencer a los indecisos, mover la gente a las urnas. Solo así se puede pueden comprender las palabras del Apóstol.
El problema con Kamala es que siempre se está riendo. Además de su capacidad para reír por todo y con casi todos –menos cuando habla de Donald Trump- la señora Harris tiene varias caras. Su gestualidad facial puede expresar con un sencillo movimiento de los ojos, las cejas o la nariz –eppur si muove, diría Galileo- desagrado, sorpresa, susto. Es su risa, la irónica manera de agredir al oponente, lo que probablemente disgustó al electorado demócrata hace 8 años cuando perdió la nominación en el primer round con apenas un 3 % en las urnas azules.
Kamala Harris tuvo la oportunidad de redimirse de aquel descalabro. Sabido es que el vicepresidente debe inventarse un oficio, un contenido de trabajo para no parecer un segundón. Gracias al presidente Biden le fue otorgada la responsabilidad de controlar la emigración ilegal, sobre todo en la frontera sur. Hizo algún viaje allí, y algunos a Centroamérica con la infructuosa idea de ofrecer dinero y proyectos que evitaran la entrada de millones de personas. El trabajo, en cambio, fue aparecer siempre detrás del presidente, una suerte de scort –con perdón de quienes lo son- ejecutiva. En términos “cubiches”: Kamala ha jugado “maja” durante estos 4 años sin dejar de reír, por supuesto.
Escogida por una elite al mejor estilo comunista, la señora Harris no lo podía creer. Sin duda en el partido había candidatos mejor preparados, con experiencia. ¿Fue una venganza del presidente lanzarla al ruedo sabiendo sus deficiencias en política y economía? El presidente Biden, ¿creyó alguna vez que arrastraría a hispanos y afroamericanos como otros demócratas lo han hecho?
La candidata puesta a dedo tiene el apoyo de casi toda la prensa norteamericana. Y al parecer no basta. Se ha hecho parte de quienes tildan al expresidente Trump de fascista y de ser “Hitler”. No es nada nuevo: “se creen legítimas todas las infamias”. El catálogo de infamias contra Donald Trump –violador, fullero, nazi fascista, pro ruso, dictador, misógino, racista, ladrón, y un largo etcétera- parecía no poder superarse hasta que el enfermo presidente Biden pudo hacerlo con un desliz mental: hay que encerrarlo. Se perdona y se agradece. Al fin ha hecho evidente el objetivo final de cuatro años de juicios y pendencias.
Es difícil imaginar a la señora Harris en el Situation Room ante una situación peligrosa. Es más difícil creer que tiene toda la formación y agallas para tomar decisiones vitales para este país y el mundo. De salir victoriosa tras las “cubas de lodo” sobre el candidato Trump durante tanto tiempo, habrá hecho el milagro de que una risa sin sentido gane la posición más importante del planeta. No me gusta su risa. No me gustan las personas que siempre ríen. Hay algo siniestro y oculto en la manera de tratar las cosas más serias.
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