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EN POCAS PALABRAS

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • 4 jul
  • 4 Min. de lectura

4 o 26 de Julio?

Foto Unplash


Por Francisco Almagro Domínguez

Muchos cubanos celebran hoy en Estados Unidos el Dia de la Independencia. Razones sobran. Esta nación ha dado la libertad negada en su tierra. Los ha hecho ciudadanos por adopción gracias a las leyes que regularizan la situación migratoria al año y un día, y después en un lustro, ser tan “americanos” como si hubieran nacido en Texas o en Nueva York. También les ha devuelto el decoro, palabra sinónimo de vergüenza, de orgullo: no tienen que bajar la cabeza ante nadie y ante nada, y pueden decir lo que sienten y lo que piensan donde sea. A tal punto llegar a esta geografía significa un cambio radical en la vida de los cubanos que muchos dicen tener dos fechas de nacimiento: el día que vinieron al mundo en la Isla, y el día en que por primera vez pusieron un pie en lo que llaman tierra de libertad.

La Involución cubana en su pertinaz desmontaje de la narrativa legendaria para crear otra anodina y conveniente, ha restado importancia al 4 de julio de 1776, como lo ha hecho con la Segunda Guerra Mundial dándole todo el mérito a los soviéticos sin contar la dura lucha de los Estados Unidos en el Pacifico contra Japón, o el desembarco más grande de toda la historia en las playas de Normandía. Es otra razón para que quienes han sido adoctrinados con orejeras mentales celebren el culto a la verdad, incluyendo, por que no, las épicas sovieticas de Stalingrado, Kursk y la toma de Berlín.  

Vale la pena recordar que el 4 de julio de 1776 los llamados padres fundadores, casi todos hombres ricos, intelectuales, y norteamericanos en segunda y tercera generación, tuvieron ante sí el dilema de autoproclamar la república, entonces 13 colonias inglesas, o enviar un emisario ante el Rey Jorge III y pedirle “por las buenas” la separacion del reino. Tenían sobradadas razones; para esa época la producción de las colonias triplicaba la de la metrópoli, la población autóctona había crecido exponencialmente, y los impuestos a las colonias, sin representación en el parlamento británico, era una humillación intolerable.  

Aquellos hombres no tenían necesidad de jugarse sus fortunas y sus vidas; decidieron que eran ellos, y no el rey, quienes decidirian el futuro. La también llamada Revolución de las Trece Colonias es la primera insurrección anticolonial y humanista de la Modernidad. Proclamaron la ruptura con la metrópoli mediante una declaración que en sus primeros párrafos es toda una máxima de filosofía política:

 “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados”.  

El castrismo, como todo régimen totalitario cuya meta es cambiarlo todo y a todos, celebra el 26 de julio como “día de la rebeldía nacional”, un frustrado ataque al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba. Hay abismales diferencias entre ambas fechas. Por respeto a quienes fueron engañados a la carnicería de aquel combate -la mayoría de los asaltantes se enteraron de que el objetivo era el inexpugnable cuartel unas horas antes- y los guardias muertos, la mayoría dormidos o borrachos en medio de los carnavales santiagueros, cuesta a este escribidor analizar las causas y consecuencias del fracaso en el 26 de julio de 1953. Basta confirmar las palabras de quien se considera una heroína de la epopeya; no entendía por qué un día tan triste era motivo de jolgorio.

Quieran o no los comisarios e historiadores castristas, el fracasado asalto solo significó pavimentar el camino de la violencia que ya Fulgencio Batista había comenzado con el golpe de estado unos meses antes. La deriva dictatorial del batistato tuvo justificación para aquella criminal persecución y castigo a los asaltantes, y de alguna manera anticipaba una dictadura, la castrista, sin resquicios, total, y que haría de Julio 26 “un revés convertido en victoria”. Tal vez esa sea explicación de por qué hay que celebrar tan triste fecha: la ocultación de las verdades más dolorosas.   

Hoy 4 de julio, un país entero conmemora el día en que hombres que tenían mucho que perder, materialmente hablando, tomaron una decisión que parecería entonces suicida. Lo hicieron conscientes, por voluntad propia, y la prueba es que quien primero firmó fue John Hancock, el hombre más adinerado de las colonias. Hoy los norteamericanos y quienes viven aquí y no lo son, pueden ir a las playas, hacer la clásica barbacoa en sus patios, o disfrutar un día de asueto frente al televisor.

El 26 de julio en Cuba los Continuistas y la llamada Generación del Centenario -nunca mejor apelativo- harán que se llene la plaza de cualquier provincia con una minoría de voluntarios, con sus razones y sus cegueras, y una mayoría de convocados por los sindicatos.   Unos días antes habrán surtido a la población con algunas libras de pollo, aceite, papas, y verduras. Después del discurso de siempre, la alegría inducida con pipas de ron peleón para olvidar la simulación y la hipocresía, y para rematar el inefable apagón, el que toca, pues solo se ha pospuesto unas horas para que pase el día hasta el próximo 26, o el Primero de Mayo.

No es un asunto de fechas. Es de libertades.         

 

      

 

         

 
 
 

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