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EN POCAS PALABRAS

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • 27 oct 2024
  • 3 Min. de lectura


Donald Trump, el “americano malo”.




Por Francisco Almagro Domínguez

 

Debo admitir que Donald puede caerle mal a medio mundo. Es una frase literal.  En una buena parte de Europa, donde los sentimientos anti-norteamericanos ocultan el complejo histórico de aun ser sociedades medievales, ciudades-estados, Trump encarna la prepotencia, la soberbia del dólar sobre el euro, del enorme automóvil de gasolina sobre el pequeño motor eléctrico, del despilfarro inconsciente sobre el reciclaje obsesivo, del contaminante universal contra el ambientalista santón.

No es secreto que algunos países del Viejo Continente oyen hablar inglés y viran la cara. No importan los cientos de miles de muertos norteamericanos para evitar que en Europa hablaran ruso o alemán.  No importa que hasta hace muy poco negociaran con una Rusia neo imperial, peligro latente; ese expresidente  a quien rechazan con ceguedad irracional, advirtió en Naciones  Unidas la urgencia de parar el oleoducto de la dependencia; y los “regañó”  por un pacifismo trasnochado y sus bajos gastos militares, para evitar la guerra que al fin enfrentan.  

El expresidente Trump tiene, además, enemigos en su propio país, nuevos y de vieja data. Todos asesinando su reputación. Durante buen tiempo convivió con la elite demócrata; donó a sus campañas políticas y se fotografió en bacanales con ellos. Conoce como pocos lo que él mismo llama “pantano” porque estuvo en el lodazal. Sabe cómo piensan. Como actúan. Y como casi todo multimillonario ha hecho “trampas” para salvar dinero, desde despedir cientos de trabajadores hasta manipular los números. Eso, que en una pequeña compañía podría taparse por un contador avispado, en el Emporio Trump es inevitablemente visible. 

Los enemigos de vieja data son sus antiguos competidores en el negocio, algún “despedido” de su realty show, una actriz pornográfica, una escritora que nadie conoce y querella por una ‘fuerza” en un probador. Los enemigos nuevos son, paradójicamente, aquellos que sirvieron a su lado durante la presidencia, y hoy son mortales torpedos en la línea de flotación trumpista cual recursos de ultima hora.

Aquí cabria citar la empleada que dijo haberlo visto tomar por el cuello al chofer de la limusina presidencial a través del cristal -¿Terminator I?- , un exmilitar testigo de una llamada telefónica lo suficientemente peligrosa para desatar el primer juicio político, los generales que lo han cercado en tiempos de paz, y pretenden fusilarlo con fango llamándolo fascista. Lo único que tienen en común todos ellos es que,  además de “virarse con fichas”, desafiaron en algún momento las órdenes de su comandante en jefe.  

Es lógico que a una parte de los votantes norteamericanos Donald Trump cause desagrado.  No tiene un discurso elaborado si se le compara con Obama. No tiene la aparente candidez otoñal de Biden. Tampoco la jovialidad de Bush hijo, ni el pasado heroico de Bush padre. Pero lo que pudiéramos llamar Fenómeno Trump funciona de manera única: logra movilizar a millones de votantes, incluso a no pocos indecisos porque reúne, precisamente, todo lo que rechaza el mundo y gusta a muchos norteamericanos como si estuvieran en un filme de Hollywood: en cada ataque legal –varios procesos en todo el país- o físico –un par de intentos de asesinato documentados-  el “malo-bueno” emerge como víctima o como líder.

 A esta altura de la carrera electoral –apenas una semana- cada nueva embestida al candidato republicano da más vida, más votos.  Y cuando creíamos haber visto todo, violando la regla de ética médica –no se habla de un paciente que no se ha visto, ni se divulgan sus características clínicas- un grupo de psicólogos pagados por un grupo de acción política han catalogado a Trump de “peligro” para la Nación dados sus rasgos de personalidad. Han sobrepasado a aquellos que lo catalogan de tirano después de dos juicios políticos, de no poder cumplir con el muro fronterizo por mandato del Congreso y enfrentar acusaciones en Cortes de personas y abogados de dudosa reputación. Un tirano que se respete no se deja vapulear de esa manera. 

Trump, el americano “malo” lo es y lo será porque más allá de errores estratégicos, inclusive algunos que bordean la eticidad, existe un rechazo a priori  de su figura, lo que representa, lo que dice y cómo luce. Bajo tal estado de ofuscación no es posible una conversación coherente, ni siquiera para separar la persona –que puede tener infinidad de “defectos”- de su performance público, como suele suceder con los grandes artistas, deportistas y científicos. Pudiera decirse que quienes le apoyan también lo hacen de modo irracional. Estos últimos al menos tienen la evidencia de un próspero cuatrienio pasado.  

La división de la sociedad norteamericana no desaparecerá con estas elecciones; cualquiera que gane tendrá que luchar cuesta arriba al mejor estilo Sísifo.  También habrá quien diga que es preferible “malo” conocido que “buena” por… ¿conocer? Esos serán los que decidirán en solo unos días si continuamos azules, o nos teñimos de rojo otra vez.  

 
 
 

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