EN POCAS PALABRAS
- Francisco Almagro
- 11 ago
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Ultimos dias de la Hacienda
La hora de los mayorales*

Foto Unplash
Por Francisco Almagro Domínguez
La noticia que revienta la redes sociales -y disociales- cubanas en los últimos días es sobre una “filtración” de fortunas del régimen, a buen recaudo en bancos foráneos, testaferros y compañías fantasmales. Para ser más específicos, se habla de varios de miles de millones de quienes en realidad ordenan y mandan en la Hacienda. Nadie puede asegurar si se trata de una maniobra de “diversión”, como lo llama la inteligencia involucionaria, “bolas” echadas al viento con la intención de crear confusión y actuar según un plan meticulosamente elaborado, o fue la indiscreción propia de la fase final de una Plantación que se desmorona por su propia ineficiencia y crueldad.
Como quiera que sea evidencia dos cosas que, no por sabidas, dejan de ser patéticas. La primera es que la distancia entre quienes detentan el poder real en la Isla, y quienes hacen el papel de dirigirla es cada vez mayor. Sabemos bien que en la Hacienda Cuba siempre hubo un gobierno paralelo para manejar los recursos según caprichos y conveniencias. En época del Difunto Líder – a quien la prensa orgánica insiste presentar aun en el mundo de los vivos-, no había separación entre quien tenía el capital y quien daba la cara en la tribuna.
Hoy la llamada Continuidad es una compañía de actores cuyas caretas esconden el rostro, como en el antiguo teatro griego, de los verdaderos personajes -per sonare: sonar a través de- La tragedia o la comedia a representar no la escriben ellos. Y cada día la distancia entre lo escrito, lo dicho en escena, y la realidad que vive el ciudadano se aleja más. En ese anfiteatro gigante que han convertido a Cuba, sobran asientos libres y por desgracia también histriones para subirse al proscenio de la indigencia moral.
La segunda evidencia es que para estos príncipes añosos se prepara la fiesta. GAESA, a quien endilgan la cifra multimillonaria, podría convertirse en el futuro mayor inversor de la Hacienda. Cualquier “arreglo” con los enemigos del Norte pasaría, inevitablemente, por toda la infraestructura creada los últimos treinta años, o al menos eso creen. Puede que los hoteles, campos de golf, y clínicas y farmacias ahora vacíos, hayan sido Money Laundry en su época.
Parece una explicación a medias: los sagaces hijos y nietos de gallegos siempre piensan en mañana. La brújula, desde hace siglos, marca con insistente magnetismo al Norte. Los alisios financieros solo pueden venir de esa dirección. De ese modo, la “filtración” lo único que busca es decirle al probable capital de inversión “hay que contar conmigo”. A fin de cuentas, el dinero no tiene color político, a veces ni color, y solo busca seguridad.
Es aquí donde la consulta con el pasado se hace imprescindible, y nada mejor para comprender como funcionaba la hacienda decimonónica, y como el “complejo económico social cubano del azúcar”, como lo llamara Manuel Moreno Frajinals en su enciclopédico El Ingenio, se transformó de una estructura arcaica e improductiva en un eficiente país conocido como la Azucarera del Mundo.
Moreno escribe que, si las condiciones de trabajo y organización social de la producción seguían siendo las mismas, a pesar de la introducción de la máquina de vapor para humanizar el proceso, no habría desarrollo per se. Advierte: “Industrialización y trabajo esclavo son fenómenos incompatibles y se rechazan mutuamente”. Una de las intuiciones de los dueños fue que los técnicos -maestros de azúcar y de tacho, trabajadores asalariados - deberían sustituir en responsabilidad a los antiguos mayorales, acostumbrados a arriar la “negrada” a golpe de látigo y cepo.
Para mediados y finales del Siglo XIX los mayorales -eran varios: mayoral de viandas, mayoral de batey- habían perdido casi todo su poder dentro de la Hacienda, y eso explica, en parte, el resquebrajamiento de la disciplina, las revueltas y el cimarronaje consecuente. Hay como un “contrapunteo” entre la productividad y la represión, entre la libertad humana y el trabajo del hombre. El pasado, suele decirse, se repite como tragedia o como comedia.
La Hacienda involucionaria ha llegado al límite de sus posibilidades de sobrevivencia, entre otras cosas, porque sus mayorales son cada día más prescindibles, innecesarios, papelucheros. Se paran frente a un sembradío de arroz y dicen a los guajiros que llevan siglos cultivando la gramínea como hay que hacerlo. Se meten en una fábrica de baratijas y ordenan aumentar la producción a pesar de que nadie las compra. Inmortalizan la figura de un antiguo dueño, difunto, por el cual esta misma plantación estuvo a punto de desaparecer. Y todo esto, sin pudor, es como si se publicara en la primera página El Habanero, que hoy seria, salvando abismales distancias, el Órgano Oficial.
Los mayorales deben estar oyendo su propio réquiem. Música de miles de millones dólares, melodía para los oídos que sepan escuchar los cambios que, con toda seguridad, se avecinan. La Hacienda Involucionaria no tiene manera de aumentar la productividad ni el bienestar de la dotación pues, aunque el cimarronaje, paradójicamente, se ha convertido en una empresa off-shore, dentro de los muros del ingenio hay muy poco para consumir.
La luz y el cansancio son otros dos factores en la caída de la inútil plantación colonial. Pero eso será tema para otro Últimos días de la Hacienda.
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