EN POCAS PALABRAS
- Francisco Almagro
- 22 ago
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Ultimos dias de la Hacienda
La Fuga
Foto Unplash

Por Francisco Almagro Dominguez
Estaba en un entrenamiento en México invitado por el director de una prestigiosa institución. El primer día que lo conocí en persona mencioné, equivocadamente, que mi ex tutor era Fulano, y había estado en ese mismo lugar. El “brincó la frontera”, le dije. El maestro me miró con una mezcla de confusión y disgusto. “¿Brincó la frontera?”, preguntó. Después agregó no conocer a ese ni a nadie que hubiese “brincado”-el tutor fue alumno suyo por dos años.
Habían empezado las clases: en apenas segundos, dos cosas me enseñó uno de los psiquiatras más importantes de México. Admiraba la Involución cubana desde joven; para él, el comunismo tropical era una religión. Por eso mucho debió dolerle lo que consideraba una gran ingratitud. Por supuesto, durante mi estancia en ese lugar no hice comentarios sobre mi país y su desgobierno. Era ya un “gusano” hecho y derecho. Pero no podía “brincar” entonces. Deseos no faltaron.
El profesor me había modelado como evadir el dolor emocional. Otorgar la condición de desconocido a quien nos ha lastimado puede ser un buen comienzo para reencuadrar la ofensa, y separarla del ofensor. Quien no existe no puede hacer daño. “Esa persona nunca estuvo en mi vida”, oigo decir a una colega algo inflexible, necesitada de presurosas reparaciones afectivas. Cada uno debe aprender cómo sobrevivir al desagradecimiento. Es imprescindible saberlo desde temprano porque en la vida los enemigos se acumulan y los amigos se pierden.
La segunda enseñanza ese día es que los cubanos tenemos un lenguaje propio, moldeado por lo que hemos vivido, y a veces resulta incomprensible para otros hablantes del castellano. Al no “comprender” el significado del brinco fronterizo, el profesor me dejaba saber que no estaba en Cuba, y que, en otro contexto, el lenguaje es diferente porque las cosas son distintas. Un mexicano emigra, cruza la frontera. Un cubano huye, se fuga, se “queda”.
Para nosotros “quedarse” es sinónimo de escape: Fulano se quedó en España. Un extranjero pensaría que se le ha ido el avión, o busca trabajo temporal en la Madre Patria. Es muy cubano decir Mengano “dobló por tercera”, o “la dejó en los callos”. Ambas expresiones, tomadas del beisbol, pasatiempo nacional, significan adiós al régimen; el primero porque va corriendo sin detenerse hacia “home” y marcar carrera; el segundo, porque quien “toca la bola” la encaja delante de los pies del receptor y corre veloz hacia primera base.
Hay otras palabras más difíciles de comprender por no cubanos como que Zutano se “piró”. Pirarse está reconocida por la Real Academia de la Lengua como sinónimo de fugarse; deriva de un termino caló, gitano. Mariquita va “embora” tiene su raíz en la expresión portuguesa vámonos; nos marchamos embora porque no nos gusta el lugar. También podríamos usar una imagen dramática como “en un pomo con dos cucharas”; el desespero es tal que cualquier embarcación con un par de remos es útil al propósito.
Hay una curiosidad lingüística no bien estudiada hasta ahora. En la medida que en la Isla precipita una suerte de “soluto”, y escapa el sobrenadante, hay una mezcla de gente buena que no ha podido escaparse o no quieren hacerlo, y otra buena cantidad de sicarios, abusadores, vividores y proxenetas ideológicos, destructores todos de las buenas costumbres lexicales. Las palabras usadas para decir que alguien se va del país son menos claras, locales, ininteligibles para quien no sea del patio -no del tan amigable y recordado Patio de María.
El régimen ha usado históricamente -el teclado había escrito histéricamente- la palabra “desertor” para quienes escapan de una misión médica, deportiva, educacional. En su delirio bélico, donde no existe el ciudadano simple sino el ciudadano-soldado, cada pieza del juego de guerra que escapa es un fusil menos en función del poder. El deterioro de la Hacienda va unido al lenguaje soez, humillante; ahora los desertores son también “ex cubanos”.
Por otro lado, el pueblo no escapa a las obscenidades del idioma. A modo de choteo -¡Oh, Jorge Mañach!- al marcharse de Cuba las personas hablan de “ver los volcanes”. Nicaragua ha sido la última ruta de escape a través del senderismo exiliar, auspiciado por ambos regímenes, y con la venia del anterior gobierno norteamericano, papa caliente para el actual, que se debate entre dilemas éticos y políticos.
Abandonar Cuba puede ir de lo heroico a lo contestatario, de la tragedia a la comedia. Alguien dijo que en los regímenes comunistas la gente votaba con los pies al no poder hacerlo en las urnas. Y los que hemos vivido Mariel, Guantánamo y después los “volcanes”, sabemos que llega el momento en que el régimen necesita “parar la cosa”, detener la votación bípeda, porque como dice un buen criollo, el último que apague el Morro.
Sabemos que estamos en los finales de la historia castrista porque ahora es el Palenque, con sus cimarrones modernos, quienes mantienen la Hacienda. Es el sello de la Continuidad: la inversión del flujo de dinero y mercancías del Palenque a la Plantación. El cimarrón convertido en señor, quien lo diría. Los que se auto titulan humanistas, constructores de un futuro luminoso -sin luz eléctrica- son alimentados y cuidados por “gusanos”, escorias, apátridas que han brincado, pirado, tocado la bola, doblado por tercera, hasta ser “ex cubanos”.
Mi abuelo disfrutaba el cuento del chino que se para en el malecón y mirando hacia el Norte, murmura: “si el mal se secala… ay, si el mal se secala”. Un miliciano se para delante y pregunta, “chino, ven acá, ¿pa que tú quieres que el mar se seque? Y el chino, con su sabiduría asiática, responde: “Ay, miliciano, ¡pa semblalo toitico de café!”. El gran Virgilio parece haber tenido la misma experiencia, solo que, enorme poeta, dueño del absurdo, lo tradujo en versos: “La maldita circunstancia del agua por todas partes, me obliga a sentarme en la mesa del café”.
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