EN POCAS PALABRAS
- Francisco Almagro
- 31 ago
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Últimos días de la Hacienda
Contrapunteo cubano de la Maquina y el Buey

Maquina de Vapor (Wikipedia)
Por Francisco Almagro Domínguez
En 1940 nuestro Tercer Descubridor, Don Fernando Ortiz -antes Colon y Humboldt- publicó un ensayo sobre cultura y sociedad cubana. Lo llamo Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Se considera no solo su mejor obra, sino un referente para quienes se interesan en los orígenes y el desarrollo socioeconómico de la Isla. Aclaremos que contrapunto es un término usado en la música para ligar dos melodías diferentes y hacerlas agradables al oído. Otros significados serian discordia, contradicción, controversia. Don Fernando escoge dos elementos vinculados a la historia cubana: el tabaco y el azúcar. Ortiz los “humaniza” y llama “Don Tabaco” y “Dona Azúcar”.
Se ha tomado del Libro de buen amor (1330) los nombres de Don Carnal y doña Cuaresma. Pero no sigue la medieval secuencia de un enfrentamiento sino la simbiosis entre dos contrarios unidos en una tierra, la cubana, donde tendrán feliz comunión. De hecho, Don Fernando sostiene que la cultura y el proceso que llamó transculturación -integración de lo foráneo y lo aborigen- han dado a lo cubano una singularidad en el contexto latinoamericano y caribeño.
Aquí el antropólogo ensaya su idea central: la cultura se compone de naturalezas distintas unidas por circunstancias y contextos únicos. El tabaco es una planta oriunda del Caribe nuestro, fumada por el behique. La caña de azúcar proviene de la India, y tal vez endulzaba la acida vida de un maharishi. Son naturalezas contrapuestas; Don Tabaco requiere una siembra, cosecha y producción radicalmente diferente de la “extranjera” Doña Azúcar. Pero ambos se acrisolan para formar Cuba, su cultura y base socioeconómica.
También la competencia en la plantación decimonónica, según relata el autor del El Ingenio, Manuel Moreno Frajinals, se dio entre la forastera máquina de vapor, y el trapiche autóctono, tirado por bueyes. ¿Por qué en algunos ingenios azucareros demoraron en instalar máquinas de vapor para humanizar y mejorar la producción de azúcar? Aun cuando la inversión inicial fuera costosa, ¿no se obtendrían réditos superiores a mediano y largo plazos?
Moreno no tiene todas las respuestas en El Ingenio. Solo documenta los hechos. Al principio, los dueños de los viejos trapiches con mentalidad esclavista medieval confiaron más en los bueyes y en la negrada que en aquellos aparatos costosos, quizás difíciles de reparar y necesitados de técnicos, no de esclavos, cuya paga debería ser alta. En sus mentes obcecadas por el poder y el egoísmo feudal, creerían que era “mejor viejo conocido que nuevo por conocer”.
Un detalle resulta esclarecedor: la primera máquina de vapor para producir azúcar se instaló en 1797 proveniente de Londres, y no fue hasta 20 años después que su uso se generalizó gracias al ingeniero y tecnócrata Agustín Betancourt. Moreno explica que para mantener el statu quo improductivo, los hacendados mentían en las estadísticas de sus producciones “trapicheras”. Poco importaba que la competencia los arruinara; al final tenían suficiente dinero para invertir en otros negocios como el cabotaje, el café y el contrabando en el Oriente de la Isla.
Como la Hacienda sigue viviendo en la Involución-Continuidad, todo parece repetirse como cruel predestinación. El contrapunteo de hoy es entre Doña Máquina de Vapor (la modernidad y el mercado internacional) y Don Buey (la involutiva continuidad nacional). Doña Máquina se mueve el mundo actual sin intereses ideológicos; solo busca ventajas financieras en un nuevo reparto de recursos naturales. Don Buey es aquel hacendado de pensamiento antiguo, aferrado al trapiche y a la masa esclava, para la cual dispone el cepo o la media libra de bacalao según muestre lealtad.
No es de extrañar que muchas de las máquinas de la modernidad toquen hoy suelo insular, y sigan camino al continente. Así ha sucedido con eslavos y asiáticos. La última noticia es la visita a la Tierra de los Anamitas de una funcionaria. Quiere traer a Doña Máquina al Caribe sin desaparecer a Don Buey. Creen los hacendados de la Continuidad que todas las fincas del mundo les deben algo; hay con ellos una deuda histórica por ser impenitentemente rebeldes, oponerse a todo orden y reglas, por apoyar a cuanto cabildo autócrata amenaza la paz con sus tropelías y embustes.
Si en el siglo XIX, Don Tabaco y Doña Azúcar lograron integrarse con un objetivo común, no parece este ser el destino de Doña Máquina y Don Buey. La primera representa el desarrollo, el futuro. El segundo, el atrincheramiento en el galpón de la Hacienda. Es entendible desde su punto de vista. Debe ser muy difícil aceptar que el tiempo de los animales tirando de la rueda y los negros cosechando la caña ha quedado atrás. Como todo cambio, es oportunidad y peligro al mismo tiempo.
Instalar Doña Maquina provocaría un cambio de mentalidad: la humanización del trabajo permite comer mejor, descansar, tiempo para pensarse humano, un ente libre con derechos. Pero, por otro lado, y he aquí la contradicción, si mantienen a Don Buey, en algún momento, como está sucediendo, el animal se echará al suelo y no importará cuantos palos le den en el lomo. Don Buey preferirá morir mugiendo a vivir afónico toda la vida.
Doña Máquina y Don Buey son incompatibles. Uno niega la existencia del otro. Pura filosofía dialéctica: no pueden coexistir en el mismo espacio y tiempo. Es un contrapunteo insoluble, música disonante agresiva para los oídos acostumbrados a las armonías naturales. Ese es el ruido de hoy en los últimos días de la Hacienda.
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