EN POCAS PALABRAS
- Francisco Almagro
- 2 sept
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EL HOMBRE, EL LEGADO, EL TIEMPO

Por Francisco Almagro Domínguez
Ha muerto el Dr. Eduardo Torres-Cuevas en la Habana, y la prensa oficialista, única, ha dedicado panegíricos de todo tipo, frecuente para un intelectual devenido funcionario en sus últimos años. Al revisar obituarios de otras épocas para relevantes hombres de letras y ciencias, el homenaje póstumo a Torres-Cuevas parecería desmedido, no por la ilustración del individuo, cuya obra no necesita exagerados agasajos oficialistas, sino por el grave momento histórico en que se encuentra la Republica. Como en cualquier otro régimen totalitario, la necrofilia política juega un papel decisivo para justificar el presente injustificable. Dedicar varios artículos en primera página al fallecido profesor, historiador, y funcionario Torres-Cuevas habla de indigencia ideológica, de necesidad de muertos útiles, de héroes del pensamiento comunista “que no claudican”.
Conocí al profesor por sus libros de historia, y por alguna circunstancia de tipo personal, por oficio. En una época en la que casi nadie daba la importancia que tuvo el Seminario de San Carlos y San Ambrosio en la formación de la cubanidad y sus padres fundadores, tener en mis manos los libros de Torres-Cuevas fue un despertar. El doctor daba al Padre Félix Varela toda la dimensión multifacética que tuvo; como era lógico, sin exponer con claridad como el sacerdocio y su amor a Cristo se imbricaron de manera natural, orgánica, en la prédica independentista y patriótica.
Se podrá decir que en el mundo de los ciegos el tuerto es rey. Tuvo a disposición un enorme y tal vez clasificado material histórico para componer aquellos textos y dar sus conferencias, sin dudas, eruditas. En la época donde hubo una especie de renacer intelectual dentro de la Iglesia católica (revistas, seminarios, cursos), se llevaron a cabo eventos llamados de “Frontera”. Por un lado, se invitaban a personalidades de la cultura y las ciencias de formación comunista-materialista; por otra, autores y personalidades de formación católica y protestante. A uno de aquellos encuentros sobre cultura y nacionalidad fue invitado el profesor. Nunca he dudado que para él fue un disfrute mayor. No importa si tuvo que “pedir permiso” ya sabemos a quiénes. Él estaba allí. En alguno de nosotros nació la esperanza de una futura Cuba con toda la fuerza de su enorme intelecto; ideas diferentes -y divergentes- en función de la sociedad y no de una casta política.
Con el profesor Torres-Cuevas nos puede suceder lo mismo que con el Historiador de la Habana, don Eusebio Leal. Hombre dedicado en cuerpo y alma al trabajo, disciplina monástica y un “hábito” gris de obrero de la construcción, Eusebio -quiere decir devoto- tuvo acceso casi ilimitado a recursos y bibliografías vedadas para el resto de los historiadores y rehabilitadores del patrimonio. Eusebio, a quien la chota cubana rebautizaría como “el leal”, nos devolvió el amor por La Habana y su cuidado, esa ciudad de tejas y ladrillos marineros que hoy languidece entre basureros, mendigos e insensibilidad.
Cuando uno de estos hombres desaparece físicamente queda su legado. Puede que hayan tenido noches de insomnio, debatiéndose entre lo que sabían mejor que nadie, y seguir pareciendo orgánicos al régimen. Optaron por dejarnos el Tiempo, todo el Tiempo, como diría Don Eliseo Diego en su poema Testamento.
La designación como director de la Biblioteca Nacional no puede obviarse. Allí se ejerce censura. No se prestan todos los libros a todo el mundo. Atesoran textos, fotografías, incunables que bastarían para poner demandas por crimen de lesa cultura y tergiversación histórica. Salvando las enormes distancias, fue como si pusieran Jorge de Burgos a custodiar La Segunda Parte de la Poética de Aristóteles en la biblioteca medieval de El Nombre de la Rosa; las tiranías necesitan esconder lo que haga dudar. No hay nada más acusador que una fotografía, una página olvidada de un diario, un libro contrario al Índex marxista - Index librorum prohibitorum
Para resolver el conflicto que originan estos hombres, la disyunción entre obra y vida, y sabiendo ellos mejor que nadie cuanta falacia y confusión hay en la historia oficial, San Agustín tiene una frase genial, como todo su pensamiento filosófico: “Ser implacable con el pecado, y misericordioso con el pecador”. El cepo ideológico, ejercido sin compasión contra todo un pueblo, ha tenido en los historiadores cubanos una estrecha colaboración y complicidad. El Doctor Eduardo Torres-Cuevas, desde su posición de funcionario, pudo cometer abusos y equivocaciones.
Hoy prefiero quedarme con el pecador para que se salve su obra. Aquel hermoso texto fue como un oasis entre tanta palabrería hueca. Por primera vez comprendí el valor de la cristiandad en el crisol de la cultura cubana; de dónde venimos que no es de otro lugar que, del Seminario, con mayúsculas, y del Padre Varela, sacerdote, no solo un independentista, cuasi revolucionario -que lo era desde la virtud y la misericordia cristiana- sino como un hombre frágil, como lo fue José Martí, y para quien la Patria estaba siempre en sus oraciones y sus miserias. Quiero recordarlo en aquel evento de “Frontera”, respetuoso y con atenta escucha. Paradójicamente, tratando de justificar la Involución, ciertos intelectuales nos han hecho más consecuentes contra ella.
Excelente escrito Profesor. Yo pienso que el daño que hacen las personas inteligentes siempre es mayor, entonces el castigo tendria que ser proporcional al daño infringido a los humanos. Duele mucho que no paguen los daños.