La Ausencia del Tiempo
Por Francisco Almagro Domínguez
Curiosa coincidencia: a pocas horas de decidir quién gobernará el país más poderoso del planeta, las manecillas de los relojes se atrasan una hora para colocarnos en el llamado horario de invierno. Lo primero pasa cada 4 años desde hace dos siglos y medio. Lo segundo cada año en otoño desde el pasado siglo. Debido a la inclinación de la Tierra oscurece más temprano. Y para ahorrar energía los listos ajustaron los cronómetros para hacer los días más largos y las noches más cortas.
Ambos eventos, elecciones cada cuatrienio, y los cambios de horarios, obedecen a que solo el ser humano es capaz de administrar el tiempo. Los animales también poseen ciclos circadianos –tenores hormonales que aumentan o disminuyen con la luz natural. Eso influye en sus estados de ánimo y funciones ejecutivas. Pero el hombre con su subjetividad, conciencia, puede hacerse dueño del tiempo; escoger, por ejemplo, un tiempo para divertirse, otro para compartir con seres queridos, o para estar solo; puede dormir de día, trabajar de noche.
Acortar el tiempo o alargarlo tiene consecuencias. Elegir gobernantes cada cuatro años es suficiente para la media democrática. Más tiempo en el poder envilece -el poder absoluto corrompe absolutamente, Lord Acton. Henry Kissinger diría que el poder es el mejor afrodisiaco. Con mucha sabiduría George Washington estableció con su conducta solo un segundo periodo presidencial; ocho años bastan para administrar la salud social y económica de un país. Ir más allá no ha demostrado ser ni eficaz ni eficiente. Un error, eso sí.
El ser humano debe y puede controlar sus tiempos porque como dirían en la sociedad de mercado, eso es oro. “No malgastes tu tiempo, pues de esa materia está formada la vida, recomendaba Benjamín Franklin, quien supo usar cada minuto de su tiempo con creatividad renacentista.
Imaginemos vivir en una sociedad donde existe una exagerada preocupación por el tiempo. Bajo la premisa de ser ‘oro” lo podríamos convertir en “lodo”. Un ser humano atado a un reloj se convierte en parte de su intrincada maquinaria. No tengo tiempo es la contraseña –y la desdicha- de la modernidad. La carrera para cambiar la naturaleza del día y la noche hace confundir las cosas: las personas son sustituidas por trabajos, las urgencias por necesidades, lo subjetivo por realidades.
Algo peor ocurre cuando el tiempo ha sido secuestrado. El tiempo desaparece como un infinito eclipse de Sol. Los días son iguales a otros. Las revoluciones que no mutan a democracias terminan en dictaduras. Y sin casualidad lo primero que quieren es dominar el tiempo de los demás. Delatan así su propia y a veces oculta pretensión de eternidad. Los correligionarios de Robespierre cambiaron los meses romanos a brumario, frimario, nivoso, etc. Los revolucionarios rusos el calendario juliano por el gregoriano. Para los comunistas cubanos los años es celebrar la epopeya económica o histórica que ellos deseen. El Dictador-Golpista Nicolás Maduro en el paroxismo del control temporal ha declarado la Navidad en otoño.
La ausencia del tiempo o el tiempo según el capricho alguien –un Rey Sol- condena a la parálisis social. No hay metas si no sabe que podrá hacerse mañana al alba. Si esa ilusión se pierde, con ella se irá cualquier sueño, por excéntrico que sea. Sueño y Tiempo, no solo cosa de poetas y orates. Es parte de la naturaleza humana, no sujeta a ningún dictum.
Uno de los mayores conflictos del pueblo cubano es haber incorporado en su vida diaria la ausencia del tiempo. Todos los días parecen iguales. La máquina del tiempo insular parece detenida en los viejos edificios, sus calles bacheadas, parques con estatuas mohosas y césped sin cortar. Cuando la rueda del tiempo –de giratorio principio hacia adelante- no está detenida, toma dolorosa reversa: ya se vivió en apagón durante los 70 y los 90; la cola del jurel es ahora la del pollo; el cubito de agua para bañarse se calentaba al fogón, ahora es con leña. La pipa de agua es la misma –hoy quincenal- desde hace 50 años.
En Cuba ha desaparecido la propiedad privada de casi todo. Pero la peor colectivización ha sido expropiarles el tiempo a los ciudadanos. Bien sabemos que al menos en esta vida no habrá segundas oportunidades. El tiempo y la conciencia de su uso o mal uso dependen de cada individuo, no de la sociedad. Hay una Cuba que se sienta en los muros y las aceras de las ciudades a ver pasar el tiempo. Uno de los primeros signos del cambio será cuando los cubanos se levanten. Han dicho basta y la ausencia del tiempo ha quedado atrás.
コメント