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EN POCAS PALABRAS

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • 21 sept
  • 3 Min. de lectura

El Escritor y el Exilio (I)

Foto Unplash
Foto Unplash

Por Francisco Almagro Domínguez

Ser escritor es una manera de existir. Esta más allá de las academias y los premios. Más allá, incluso, de la remuneración material, al punto que el gran narrador que fue Lino Novas Calvo llego a decir que la literatura era una pérdida de tiempo -el, a quien Hemingway confió la traducción al castellano de El viejo y el mar. Se puede aprender a hilvanar unas cuartillas con cierta decencia asistiendo a la escuela, a los talleres literarios. El tiempo y la tenacidad pudieran dar oficio, que no es otra cosa que habilidades para vencer ciertos obstáculos difíciles de sortear a quienes carecen de ellas. Pero el escritor “es” y punto.  

El trabajo, el taller literario, la voluntad de enfrentar la cuartilla en blanco, que como escribiera en el poema don Eliseo Diego le “aterraba”, forman parte de la maduración creativa, dentro de la cual se encuentra ser un lector impenitente. Lezama y Carpentier, ambos unidos por el asma y la literatura, decían haber tenido que hacer reposos prolongados debido a la asfixia; durante ese tiempo, los libros fueron sus únicos fieles acompañantes.

Con cierta frecuencia la ruta del escritor “natural” son lecturas extensas en la infancia y la juventud; unos primeros poemas y esbozos de estilo propio imitando algún autor preferido. Parte de la formación y la madurez es hacerse de un método que obligue a garabatear unas letras, si se puede, a diario. Hemingway trataba de escribir unas 500 palabras todos los días antes de irse a disfrutar daiquiris sin azúcar en el Floridita. El escritor, además, es tal vez el único creador que trabaja mientras parece que hace algo distinto. Un amigo en Cuba me confesaba que, durante el infame y mal llamado Periodo Especial, las mejores historias se le ocurrían montando la bicicleta en camino al empleo. Otro, famoso novelista, dijo que un escritor podía estar tomando el Sol en la playa mientras laboraba como un condenado en el próximo texto.  

Como ser escritor es un asunto existencial, separarse de las memorias, los olores y los colores de su tierra genera un doble conflicto: es traumático y al mismo tiempo, retador. Jorge Valls creía que el exilio era como un naufragio, y lo sabría bien el, preso político y sensible poeta. Los cubanos conocemos de primera mano el dolor de las ausencias, el desafío de continuar siendo lo que somos, para lo cual nos dotó el Creador: escribir. Cuba es una ausencia-presencia con todo lo dilemático que tiene convertir lo intangible en palpable, la idea en letra. ¿Escribe el exiliado para exorcizar sus fantasmas? ¿Enfrenta el exiliado-escritor dos esencias temporales distintas, la cuartilla que lo espera en el futuro y el “ser” dejado atrás? Escribir en el exilio, ¿nostalgia, necesidad, o acaso la mejor de todas las libertades, aquella que genera compromiso?   

La historia del exilio y sus escritores, dialectico par que al mismo tiempo se afirma y se niega, tiene larga historia para los cubanos. No podría ser de otra manera cuando la Isla ha sufrido desde la Colonia apenas sin pausas regímenes autocráticos, dictatoriales. Ha sido el exilio y la literatura una manera de sobrevivir, de perseverar, de rencontrar la autonomía perdida. Tal vez uno de los primeros cubanos escritores a quien debemos el sentido de “ser” cubanos es el Padre Félix Varela.

La estancia en San Agustín de la Florida muy joven, no exilio propiamente dicho, hizo posible que, en su segundo regreso, esta vez huyendo de la pena de muerte decretada en España, encontrara la razón de “ser” escritor además de sacerdote, teólogo eminente, profesor. Fundó El Habanero (1825), considerado el primer periódico independentista cubano. Por cierto, sus Cartas al Elpidio -Elpos significa esperanza- avizoraba los males “del alma” a los cuales la juventud cubana debía enfrentarse en una Cuba libre. Las Cartas a Elpidio deberían estar en todas las bibliotecas de la Isla. Es una ausencia incriminadora: la única edición en los últimos sesenta años ha sido la que produjo la Conferencia de Obispos de Cuba.

Los alumnos del Padre Félix Varela, algunos excelentes con la pluma y con el verbo, fueron “exiliados ilustres” durante la primera mitad del Siglo XIX, que, al decir de un historiador y filósofo, por su productividad y diversidad intelectual, fue una “casta” intelectual superior a la de casi todos los países del Continente y algunos de Europa. Esos escritores exiliares describieron y prefiguraron el país que soñaban desde distancias tan enormes como Nueva York, Madrid, París y México.              

       

              

 

          

 

 
 
 

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