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EN POCAS PALABRAS

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • 8 oct
  • 4 Min. de lectura

Últimos días de la Hacienda

Los días sin… agua


Acueducto de Albear, Habana, Cuba

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Por Francisco Almagro Domínguez

Además de esencial para la vida, el agua es simbólica para todas las religiones: purifica las almas. En India, por ejemplo, bañarse en el río Ganges es limpiarse de impurezas. El Nilo para los antiguos egipcios tenía valor económico, cultural y político; las grandes ciudades y templos emergían en sus riberas. El río Jordán es excepcional para el judaísmo y el cristianismo; salvó a los israelitas de la persecución del faraón, y en sus corrientes recibió Jesucristo el bautismo. Cruzar el Rubicón encarna la voluntad de seguir hasta el final, como hizo Julio César en su camino a Roma. En los Estados Unidos, el Mississippi y los pantanos adyacentes han sido fuente de inspiración para literatos, poetas y artistas plásticos.

Luego, en cada cultura y época, el agua posee un valor espiritual intrínseco.  Manuel Octavio Gómez dirigió un filme llamado Los días del agua (1971). Evoca hechos reales sucedidos en Cuba en 1936. Con esa visión iconoclasta y antirreligiosa típica de aquellos años —el guion, escrito por el funcionario-cineasta Julio García Espinosa—, el director cuenta la historia de una campesina con poderes extraordinarios para curar con agua. Película prescindible dentro de la llamada cinematografía revolucionaria -hay una sola, la cubana-, no indaga el lado inmaterial, trascendente, de los seres humanos, sino en los “males’ de una República que, con sus luces y sus sombras, era “potable”.  

La falta de agua siempre fue un problema para la Isla, dados sus escasos ríos y pocas elevaciones desde donde discurre la lluvia para llenar embalses naturales. La Ciudad de la Habana, a pesar de la belleza natural de una bahía de bolsa rodeada de pequeños cerros, ha padecido la escasez de líquido desde su fundación. El problema persistió hasta bien entrado el siglo XIX, cuando fue encargado al coronel de ingenieros Francisco de Albear la construcción de un acueducto; las obras comenzaron en 1861 y concluyeron 32 años más tarde, en 1893. Antes de ese prodigio de la ingeniería, aún funcionando, La Habana se nutría de la Zanja Real, proveniente del barrio del Cerro. De ahí que la voz popular dijera que “el Cerro tiene la llave”.

La expansión de la ciudad al este y el oeste hizo que durante la República se realizaran importantes inversiones de infraestructura hídrica. Para tener una idea, en solo cinco décadas la población habanera creció más del doble. La frase “agua, caminos y escuelas”, inaugurada durante el Machadato (1925-1933), se popularizó de tal modo que podría venderse en política como lo peor del populismo. La modernización del abasto de agua a la capital, y su desarrollo posterior se le deben al primer gobierno de Fulgencio Batista (1940-1944). El servicio de agua potable se extendió a todas las capitales de provincia en ese periodo; una década después, Cuba contaba con una red hídrica moderna y eficiente en casi todos los pueblos y grandes urbes, comparable a la de los países más desarrollados de Latinoamérica. 

La falta de agua potable en Cuba, y la actual situación de indigencia hídrica, es la historia misma de la Involución. Como mismo han desaparecido el azúcar y el béisbol, el café y el billar de esquina, el vasito de “lager” y el cubilete, cada día “el agua se ha puesto más difícil”. Hubo una época en que la manía delirante del Máximo Líder fue represar hasta el más pequeño arroyo, desviar cuanto río atravesaba con su todoterreno ruso, cortar cuanto árbol frutal podía dar sombra y evitar la deforestación, causa eficiente de la salinización de los suelos y sequía concomitante. Sembrar pangola y café Caturra era la misión del Clarividente en jefe. Verdaderos crímenes de “lesa ambientalidad” que llevaron a que las presas se desbordaran, los ríos se secaran —el Cauto es un riachuelo que hace gala a su nombre—, los suelos se salinizaron y lo único que crece allí es el marabú.

Los continuistas no la tienen “fácil” porque además de la deuda ecológica de más de sesenta años por maltratos ambientales, todos los servicios básicos de agua potable están dañados por el sobreuso y la desatención. Si hoy los cubanos se quejan del desastre electroenergético, y las roturas de las termoeléctricas en tiempo de jubilación, no menos grave es la situación de las conductoras de agua y los equipos de bombeo. Han garantizado agua a los hoteles y los campos de golf mientras para el pueblo la pipa llega una vez a la semana, si acaso. Proveen agua potable cada dos o tres días a ciertas áreas de la capital, en tanto permanece ausente en la periferia, donde hay hospitales, escuelas,  y asilos de ancianos con cisternas vacías.

El cubano peatón, o de a pie, hace ya mucho tiempo ideó la sobrevivencia acuífera. En los campos regresó al pozo artesiano, en las ciudades a las bombas caseras llamadas ladrones de agua, y los tanques de almacenaje clandestinos. El cuento de la buena pipa -la única buena es la que se paga en dólares con una colecta vecinal- dejo de ser una redundante pregunta para ser certeza al amanecer:  “hoy tampoco han puesto el agua”.

Lo más curiosamente indignante de todo es que los continuistas convocaron este fin de semana una jornada de “higienización” -o traducido a lenguaje profano, “botar el sofá”. En un domingo, sin agua en casi toda La Habana, los camaradas recogieron miles de toneladas de desechos sólidos —sólidamente atascados en tragantes y aceras. La foto no se hizo esperar. El Designado dando guataca en un montoncito de tierra sin hierba. Detrás, como desafiando el ojo avizor, una pipa de agua potable, pintadita de azul marino, quizás llenita hasta el tope. Y cualquiera se pregunta, ¿Dónde estaban los compañeros del Departamento de Imagen del Comité Central que dejaron pasar ese gazapo hidrológico? El Designado vistiendo jeans nuevos combinados con camiseta y gorra, y zapatillas de 200 dólares mientras sostiene un escobillón nuevo… ¿Dónde están los asesores que no consiguieron un par de botas rusas, un pantalón verde olivo, una escoba de palmiche?

Con la ausencia de agua por todas partes —Virgilio se retorcería de risa en su tumba—, el final de la Hacienda se acerca por día. Pero lo peor es que han perdido también el agua simbólica, esa que es capaz de sanear el alma. Una escena de domingo no hará potable a la Continuidad. Al contrario, la hace más impura.      

 
 
 

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