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EN POCAS PALABRAS

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • 10 oct
  • 6 Min. de lectura

El Escritor y el Exilio (II)



JORGE MANACH
JORGE MANACH

Por Francisco Almagro Domínguez 

El escritor cubano que regresa del exilio a inicios del siglo XX es otro: un ser humano y un autor diferente; su obra, en tanto, es un reflejo del tránsito por las grandes capitales de Europa y América. En sus manos ha tenido lo mejor de la literatura, ha vivido la democracia, desconocida para él, y en los cafés y en las bibliotecas se ha engarzado en la polémica, aprendido a tolerar lo distinto, corrientes artísticas que en otros tiempos hubiera considerado escandalosas, liberales. El escritor exiliado cubano ha dejado de ser un “español de Ultramar” para tener un lugar, “su” lugar en Cuba. En la mente y el corazón es heredero de un brillante siglo XIX literario, hecho, en su mayor parte, fuera del terruño. La misión, no confesa por el escritor del retorno será escribir en Cuba y para Cuba.  En palabras del perseguido Salman Rushdie ha cumplido el sueño glorioso del regreso.

Y es precisamente el deseo de hacer realidad lo tantas veces soñado, que surge la singular escritura cubana de la primera mitad de la Republica. Si durante el siglo XIX la mayor parte de la creación literaria, con José Martí a la cabeza, se piensa y se escribe en el extranjero, a partir de 1902 se invierte el signo creativo. Autores como el médico Miguel de Carrión con Las Impuras y Las Honradas, novelan las luces y las sombras de una colonia acabada de redimirse. Aparecen las narrativas sobre la Guerra de Independencia, y hecho curioso, no se recuerdan obras significativas de filosofía, a pesar de la riqueza vivencial y hasta cierto punto traumática de haber sido el último reducto del Gran Imperio español. El exilio, en cambio, fue más nutritivo para los poetas de las primeras décadas.  

Es imposible separar al escritor del contexto, al creador del lugar donde vive o lleva adentro. La isla se convirtió en el sitio amado para la creación in situ, pero la inmadurez de la República, con sus vaivenes políticos y herencias narcisistas peninsulares, hizo de la democracia cultural un campo minado donde las diferentes corrientes ideológicas trabajaron más en la politización y los réditos económicos de la literatura que en la literatura como necesidad expresiva, desprovista de estereotipos y concesiones a la mediocridad. Jorge Mañach (1898-1961) alertaría sobre esto en el ensayo La Crisis de la Alta Cultura en Cuba. Escribe el renombrado autor: “nuestra cultura se encuentra actualmente es un instante critico…  falta absoluta de producción intelectual desinteresada entre nosotros”. Y en otro momento señala: “No hay, pues, rigor crítico. Tampoco hay cooperación, contacto organizado. El individualismo imbíbito en nuestra raza hace a cada uno quijote de su propia aventura”. Al final, añade esta frase premonitoria: “estamos, no en un momento de agonía, sino de crisis. Crisis significa cambio. Acaso ya esta juventud novísima de hoy traiga en el espíritu la vislumbre del resurgimiento”. 

Podríamos establecer de manera didáctica que con la llegada de Gerardo Machado al poder (1925), y la última camada presidencial de generales y doctores, la juventud intelectual a la que alude Mañach en el ensayo -sin casualidad publicado ese mismo año- acrisola, por vez primera, una narrativa cubana hecha en Cuba. Es la Generación del 30. Con la dictadura del “asno con garras” hay un exilio breve, y un regreso que no produce otra cosa que continuidad del proceso de maduración literaria. Paradójicamente, los turbulentos años postmachadistas son de una búsqueda de estilos y diversidad incesante en casi todos los campos de la escritura, con la crónica ausencia de filósofos-políticos para explicar por qué tardó tanto la Constituyente del 40, el acto cívico más importante de toda la etapa republicana.

En ese tiempo conviven comunistas, liberales y conservadores en el mundo de las letras; la eclosión de revistas, concursos, periódicos y bibliotecas fueron evidencias del cambio; la verdadera cultura modifica la pugnacidad política. Es preciso añadir que dentro de los escritores considerados “cubanos” en esa época, hay varios nacidos fuera de la Isla, muestra inequívoca de las bondades de una libertad cultural que no volverá a existir en la Isla. El corto periodo democrático de 1940 a 1952 fue el clímax de lo que podría llamarse la democracia creativa en todas las manifestaciones del arte, y en la literatura, en particular.

La figura del escritor exilado, de implicaciones políticas, fue sustituida por lo que después se llamaría “exilio de terciopelo”. Aunque el concepto ajusta más al contubernio con el régimen totalitario, suele llamársele así a quien mantiene vínculos con quien gobierna en su país mientras trabaja y crea la obra fuera de este. El caso paradigmático es el de Alejo Carpentier, sin discusión no necesitado de connivencia alguna pero que, a la larga, su filiación al comunismo tropical pudo haber sido la causa de no obtener el merecido Nobel de Literatura. Alejo es un caso curioso en el campo de la narrativa. No era cubano de nacimiento, aunque juraba haber nacido en la calle Maloja, en La Habana. Durante la etapa republicana ejerció el periodismo y la crítica musical en América y Europa sin apenas contrincantes para dedicarse, en la madurez, a la novela. No se le conoce dentro del llamado boom de la literatura latinoamericana, pero el concepto de lo Real Maravilloso precede, con tiempo, al Realismo Mágico.                     

Aquí es necesario hacer una breve pausa ética. La libertad creativa va acompañada de responsabilidad intelectual. La obra debe pagarse por ella misma; su calidad y aceptación del público. El mecenazgo del Renacimiento no siempre es conveniente. A veces, sin embargo, es un mal necesario. Asumirlo como obligación no lo hace más moral. Los escritores salían del país durante los años sin dictadura por limitaciones económicas, empleos mal remunerados, menos por desacuerdos ideológicos, prosecuciones políticas.  Sin ciertos mecenas, la mayoría de los autores apenas podían pagar unos números de la revista, la novela primera. En la Republica que insisten en denostar quienes nacieron y crecieron intelectualmente en ella, los autores asumían el riesgo de ser ellos mismos y aprender multioficios: autor, editor y “celador” de imprenta. Es la parte que los autócratas, con su hado controlador, no entienden. Imperceptible en aquel momento era el “inxiliado”, trinchera en el jardín de un palacete del Vedado, o en la casa vecinal de la Calle Trocadero. Es casi imposible encontrar un escritor en esos años que no tuviera otra profesión para vivir. Una imagen que hoy seria controvertida es el autor de Paradiso y Dador entrando al presidio del Príncipe para ejercer como notario.

La dictadura de Fulgencio Batista trajo, entre muchas cosas negativas, la positiva del exilio para la obra, conocer otros haceres y vanguardias, habitar buhardillas y sufrir la nieve, y en no pocos casos, preservar la vida. La generación que escapa de la Isla después de 1952 está en plena búsqueda intelectual. Están entre la segunda y tercera décadas de sus vidas. Vivieron la adolescencia y la tierna adultez en democracia -imperfecta, aunque para la mayoría, perfectible. Como ninguna ralea anterior, han tenido acceso a autores, textos, obras plásticas. En La Habana hay más cines que en Nueva York. A los teatros cubanos venían artistas celebres. Revistas como Bohemia o Carteles publican trabajos firmados por las mejores plumas de Cuba. En Bohemia aparece la primera versión al castellano de El Viejo y el Mar. Carteles es la crónica social y deportiva cubana con espacios para el mejor diseño gráfico. Es posible encontrar en los niveles medios de enseñanza un gran poeta. En las cátedras universitarias hay profesores de prestigio internacional.  

Son escritores que, al terminar la dictadura batistiana, regresaran a la Isla cargados de sueños, como lo hicieron sus padres republicanos, o sus abuelos independentistas. Son los escritores de los sesenta y principios de los setenta. Junto a la Generación del 30, serán lo mejor de la literatura cubana de todos los tiempos; grandes poetas, novelistas, periodistas, ensayistas, y quizás, por única vez, filósofos cuya buena trayectoria iría a extraviarse en el firmamento totalitario. Es nuestra “Generación Perdida”. El exilio, el duro oficio del exilio, como diría Nazim Hikmet, los había curtido. Y los habría devuelto a la Patria con la convicción de que merecía la pena escribir en su propia tierra. No saben que, en breve, tendrán que partir otra vez.        

     

 

 

                 

 

 

 

 
 
 

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