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EN POCAS PALABRAS


Después de la dictadura, ¿Qué?



Foto Unplash


Por Francisco Almagro Domínguez


Según la Real Academia de la Lengua Española (RAE) una dictadura es un “régimen político que, por la fuerza o violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales” Esta definición es, por sus referencias, relativamente reciente. El concepto de derechos humanos y libertades individuales surge con la Revolución Francesa, y solo alcanza promulgación universal en pleno siglo XX, con la declaración de las Naciones Unidas. Las dictaduras suelen ser tan fatales para unos y tan benéficas para unos pocos, que los listos romanos, anteriores al poderío omnímodo de los emperadores, la admitían solo de modo temporal y bajo circunstancias muy específicas.

Los efectos que ejerce el “dictado” sobre los seres humanos suele ser tan dañino no por el supuesto orden en que encaminan las metas ciudadanas, sino porque eliminan al ciudadano –quiere decir  “habitante libre de las ciudades”. En tales efectos nocivos han trabajado en Cuba dos conocidos opositores, el católico Dagoberto Valdés con amplia bibliografía sobre el llamado daño antropológico; y Manuel Cuesta Morúa, quien se sigue considerando hasta donde sabemos un socialista moderado. Estos autores son referencias de obligatoria consulta y aportan visiones desde ángulos distintos de lo que ha sido y es la obliteración del “hombre libre” bajo el régimen totalitario cubano.

Nunca podremos saber que sucederá en los próximos meses o años en Cuba. Abundan hoy las discordias pitonisas. Cada cual profetiza, sin haber llegado al final, que debería suceder una vez concluida la dictadura más antigua del Continente Americano, y una de las viejas del mundo moderno. Se elaboran constituciones y asambleas que no existen, planes económicos para reconstruir la nada, incluso supuestos liderazgos en la isla, como si la Cuba que vendrá en el futuro pudiera adivinarse frente a la pantalla de un ordenador.

Tal vez falte, además de modestia, comprender el dilema de haber vivido por más de tres generaciones bajo dictadura.  En primer lugar porque el sobreviviente en semejantes regímenes ha sufrido un profundo cambio en lo que llamamos “mapa cognitivo”. En segundo, porque a pesar de poderse recuperar, siempre cargará con las secuelas del daño a su antropología existencial.

Los cambios en ese “mapa” de pensamientos y emociones en el sujeto bajo dictadura tiene como objetivo primero –y único- la adaptación. Para eso, el sujeto debe expandir los referentes de su plano ético, y dar cabida a la mentira, la hipocresía y la simulación. Parecen sinónimos. No lo son. La mentira en dictadura permite el ascenso, la hipocresía relaciones sociales, y la simulación actuar de manera que la mentira y la hipocresía tengan coherencia. El individuo preparado para sobrevivir en el totalitarismo no puede elegir, ni siquiera entre verdad y mentira. Es una de las primeras cosas que mutila el dictador.  

Si en la democracia es necesario contraponer dos ideas para tener criterio propio, en la dictadura ese paso esencial del ser humano es coartado. El dictador unifica, masifica y generaliza una sola información, y esta la convierte en mandato. En una dictadura “lo que no está prohibido es obligatorio”, escribió  Enrique Jardiel Poncela. De aquí que tanto la cultura como la educación sean dos dominios que el dictador prioriza para ejercer su poder total. Junto al férreo control de la información pública –el “líder” decide qué debe saber y qué no el ciudadano- la Triada Deformadora intenta moldear el mapa mental de las personas. Desde las cosas más simples hasta las más complejas sufren una transformación sistémica: lo malo pasa a ser bueno y viceversa.

Quizás esa una de las razones por las que los opositores mencionados no hablan de planes legistas o económicos sino que sitúan al hombre que vendrá en primer lugar. Como acaban las dictaduras es como comienzan  o se frustran las democracias. En Cuba la dictadura de Fulgencio Batista, de humilde extracción, mulato y antiguo copartícipe con los comunistas en las elecciones de 1940, fue desbancada a tiros por el rico heredero, blanco, abogado y liberal Fidel Castro.  Desde los primeros días, la venganza y la sangre dieron paso a otra dictadura que no termina. A fuego limpio la Revolución Rusa reemplazó al despótico zar Nicolás II. La orden de fusilar hasta los niños fue del “líder de la clase obrera” –quien nunca fue obrero- Vladimir Lenin. El imperio del terror comunista que vino después puso a la Humanidad en peligro durante más de setenta años. Se aplica en estos casos lo que escribiera el visionario del totalitarismo comunista, George Orwell: “no se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura”.

Después de la dictadura cubana no es posible prever que sucederá. Por la historia, madre y maestra, podríamos vaticinar de qué dependerá de cómo sea la transición. Transición que, por cierto, no obedecerá de una potencia extranjera si el régimen no provoca la confrontación como recurso suicida y pasar al futuro como una víctima y no como el victimario que siempre ha sido. Tampoco el cambio vendrá de abajo, aun cuando la presión de quienes no tienen voz sean alaridos. Al menos eso dicen los libros; el poder vertical totalitario ahoga toda insurrección en la baja horizontalidad.

Enorme interrogante se abrirá en los meses por venir. La llamada Generación Histórica –de la Isla y del Exilio- pasará a otro mundo. Por acá lo mejor por hacer es no hacer nada. Los cadáveres insepultos no merecen cultos. Será en Cuba, y solo con los cubanos de la Isla –líderes emergentes e incluso parte de la jerarquía actual- quienes definirán si regresamos al concierto de naciones democráticas y prósperas, o pasaremos a otra fase de la dictadura, allí donde según el Dante, deberemos abandonar toda esperanza.

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