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Las religiones: ¿opio o aliadas?

  • Foto del escritor: Francisco Almagro
    Francisco Almagro
  • 26 ago 2021
  • 5 Min. de lectura

Por Francisco Almagro Domínguez


Érase una vez un niño en Alemania cuyo padre, judío practicante, lo hacía ir a la sinagoga y observar el estricto Sabbat. Vivian en una ciudad donde los negocios askenazi florecían. Por cuestiones de negocios un día el padre se mudó a otro pueblo, esta vez de mayoría cristiana protestante, e hizo que la familia comenzara a profesar otra religión.

El hijo preguntó por qué había que renunciar a la fe de sus mayores. Por negocio, contestó el padre, lacónico. Ese niño creció creyendo que las religiones pueden ser como la ropa: se viste según la circunstancia. De adulto, aquel judío–alemán inmortalizó la frase de que las religiones son el opio de los pueblos. La historia se le atribuye al joven Carlos Marx.

Si bien podría ser apócrifa, la vida del creador del llamado comunismo científico estuvo llena de contradicciones entre ser y creer, entre negar la trascendencia y al mismo tiempo crear en su mente una sociedad trascendente, eterna; entre decir que la verdad es relativa –menos la suya- y al mismo tiempo tener certeza absoluta del triunfo de su doctrina.

Discutir por qué el materialismo, base filosófica del marxismo, es incompatible con cualquier acercamiento a la divinidad carece de sentido. La teología y la filosofía, la ciencia y la política son campos con puntos de contacto pero poseen métodos de análisis y de trabajo distintos. Cuando una sociedad se impregna de lo religioso es una teocracia; no hay margen para los no creyentes. Cuando una sociedad se vuelve enemiga de lo religioso, se convierte en totalitaria, y no deja espacio para los creyentes.

Esto de “espacios” debe comprenderse muy bien. La persecución, la muerte y la cárcel no son las únicas maneras de reprimir religiones. Una sociedad materialista no permite escuelas, hospitales, medios de comunicación ni partidos políticos de matriz religiosa. Laicismo es permitir esos márgenes de pluralidad, compartir zonas de poder e influencia en la sociedad civil.

La excepción son los regímenes totalitarios de derecha, cuya unidad con un segmento del catolicismo y el empresariado –España franquista, Chile pichochetista, Argentina y Uruguay militaristas- preservo sus poderes pasando por encima y fingiendo mea culpa y debidas penitencias.


Catedral de La Habana. Foto del autor.

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Es más que curioso cómo en el caso cubano la iglesia ha servido en varias ocasiones, y de manera inocente, para salvar la llamada revolución; la revolución, en pago a sus servicios –siempre guiados por la misericordia y el perdón- ha hecho sufrir a la iglesia lo indecible.

Cuando el Difunto atacó el Moncada, quien resguardó su vida fue el Obispo Pérez Serantes. La orden de que no llegara vivo a Santiago venia directamente de Batista, quien lo conocía perfectamente. Ningún sargento llamado Sarriá hubiera podido evitar el asesinato pues no hubiera vivido para contarlo. Hay fotos y testigos de ese instante en que llega al Vivac con Monseñor; no solo la instantánea que se toma el prisionero debajo del cuadro del apóstol para cargarle la responsabilidad “intelectual” del ataque frustre.

Por si fuera poco, este valiente obispo escribió una carta tras los asesinatos y la represión de la dictadura batistiana a finales de 1958, algo que volvería a hacer después del triunfo y los fusilamientos masivos en Santiago de Cuba. Conociendo la dimensión testicular del prelado, el ex Máximo Líder no le dio tregua hasta su muerte. En la Isla, en la llamada Ciudad-Héroe, no hay una sola escuela u hospital que lleve orgullosamente el nombre de Monseñor Enrique Pérez Serantes.

El inefable Chávez también salvó la vida gracias el arzobispo de Caracas, Ignacio Cardenal Velasco. Allí, en la base de La Orchila donde estaba preso y a punto de ser ejecutado, cuentan que lloró y se arrepintió de sus maldades. Tras el perdón del arzobispo Chávez regresó por más, y la iglesia venezolana ha sufrido todo tipo de escarnio. Ha sido peor, pues en la Isla los curas fueron expulsados de escuelas y parroquias, y montados en barcos. En Venezuela los sacerdotes chavistas, que no son muchos, han apoyado pública y vergonzosamente un régimen forajido.

Cuando la caña se puso a tres trozos en la Cuba de los 90, hubo que desempolvar la catolicidad insular para limpiar la cara sucia totalitaria, para rescatar la moralidad perdida. La visita de Juan Pablo II fue parte aguas: nada volvió a ser igual. Los viejos católicos regresaron a las iglesias, y los conversos, mi propia generación, conocieron por primera vez el mensaje evangelizador. Sabiendo de sobra lo liberador del Evangelio, la tarea de los comunistas fue despapizar a Cuba.

Ya en el terreno de la cultura el ex Máximo Líder había concedido el perdón a católicos y cristianos parametrados, pues la cosecha era grande, necesaria, y había pocos braseros. Para otras religiones hubo hasta apoyo oficial. Se creó el Museo de los Orishas, en La Habana, que funciona al mismo tiempo como templo. Y las iglesias protestantes y sus centros de estudios recibieron visitas y lisonjas.

Al mismo tiempo, hubo muchos episodios y desvergüenzas de los cuales algún día la historia hará un balance adecuado. Para ese futuro enjuiciador quedaran aquellos Pastores por la Paz (SIC), los delegados a la Asamblea Nacional comunista donde se votó por la pena de muerte –aunque ninguno la hubiera apoyado-, el sostén absoluto de algunas iglesias a Los Cinco, condenados por espionaje y asesinato de civiles cubano-americanos en aguas extra territoriales.

La foto del Designado tocando la campanita en La Güinera, un gesto tan baldío como hipócrita, nos remonta a esos momentos críticos de la zaga involucionaria, donde los dirigentes se acuerdan de Santa Bárbara cuando el pueblo truena. La “madrina” hace su oficio: en las religiones todos somos hijos de Dios, y tenemos el derecho y el deber de equivocarnos, rectificar y ser perdonados. Así que, doctor Canelo, tóquele usted la maraquita a Chango y Yemayá, la foto y siga andando.

Después la oficiante caminaba por el barrio con el dictadorzuelo tal vez contándole lo mal que sobrevive la gente allí y dándole la bendición, como corresponde a un religioso cuya misión en esta tierra es propagar su doctrina y ser artífice de la paz y la hermandad entre los hombres. El Puesto-a-dedo se montó en su carro blindado, y con sus escoltas, se fue al refrigerado Palacio de la Involución.

Al otro día, en una reunión con periodistas, dijo, con guapería de Parque Vidal, que él no se arrepentía de nada, y que si tenía que dar la orden de combate otra vez–contra su propio pueblo- lo haría de nuevo.

El católico Eliseo Diego dijo en cierta entrevista que no podía perdonar a los asesinos del poeta granadino García Lorca; que los perdonara Dios porque él no podía hacerlo. Creo que eso mismo hemos pensado muchos en estos días.


 
 
 

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