Los Precios del Valor
- Francisco Almagro

- 23 may 2020
- 7 Min. de lectura

Por Francisco Almagro Domínguez.
-Es el tiempo perdido por tu rosa lo que la hace importante.
-Eres para siempre responsable de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa.
El Principito.
Antoine de Saint-Exupéry.
I.
En tiempos donde se oye tanta referencia al término Valor - no sólo en Cuba - un examen alrededor de su significado bien merece unas líneas. “Rescate de valores” o “inculcar valores a las nuevas generaciones” son frases que se repiten en el discurso político, social y hasta eclesiástico. La preocupación está bien fundada. Asistimos a un principio de siglo donde la familia como institución ha sido profundamente lacerada por guerras y separaciones involuntarias. Crecen los índices de violencia intra-familiar y el maltrato infantil. Salen al mercado nuevas y potentes drogas mientras los consumidores—víctimas están reclamando su derecho al suicidio. La guerra se tecnifica porque los misiles, desde su emergencia, ya tienen nombres y apellidos - lo cual, por supuesto, no hace más humana la guerra sino más pérfida. Los ecologistas ganan bancas en el Parlamento de Europa porque la depredación asusta; y en América Latina parece haber una vuelta a la “mano dura” en el gobierno: la democracia en el Nuevo Mundo necesita de fuertes bridas. Todo se vende y todo se compra: proclama el anuncio; la luna y los asteroides, el cementerio y el jardín infantil se subastan en una plaza pública donde el Libertador es una sombra revestida de cardenillo.
Si el mercado libre -difícil adjetivación¾ha terminado por imponerse en más del noventa y cinco por ciento del Planeta-China, prefiere una sinonimia de abigarrado hermetismo: “economía socialista de mercado”¾ las preguntas pueden ser: ¿para qué hace falta el hombre?. ¿Dónde quedará la humanidad del ser humano? ¿Qué es un Valor sino la acumulación de símbolos del Poder?
Por tal camino llegamos a pensar que el Poder es sinónimo de Valor, o como dicen algunas personas, a forma de escudo de armas: sin dinero no hay felicidad. Por supuesto que la miseria no es una situación “feliz”, pero ¿acaso es felicidad la “abundancia” material? Las altas tasas de criminalidad, drogadicción, suicidios, muertes violentas prematuras y deterioro del medio ambiente están localizadas en naciones con “exuberancia” de enseres, luminarias, y artificios. Es curioso cómo en algunos de esos países la ecuación se torna inversamente proporcional: a mayor riqueza orgánica menor fortuna espiritual.
II.
Convengamos que un Valor es, ante todo, una cualidad ética manifestada a través de la conducta humana y que tiene, primero y esencialmente, un fuerte contenido espiritual, es decir, trascendente al mismo hombre. Y que algunos valores como los Mandamientos son imperativos para todas las épocas y sistemas socio políticos desde hace miles de años. Creer bajo un concepto materialista, para nada dialéctico, que todo valor tiene una relación causa— efecto con la sociedad donde se origina, es ¾!paradojas de la historia! ¾ tener un análisis de “mercado” del Valor. Al contextualizar, limitar en sus circunstancias y alcances, los valores así entendidos son piezas prefabricadas. No basta un buen torno y una aleación flexible porque el producto—valor no es “bueno” o “malo” dependiendo de la institución y quién lo haga, sino para qué se haga.
Existen innumerables ejemplos históricos de cómo ciudadanos nacidos, educados en sistemas de valores “lamentables”, fueron capaces de crecerse hacia una nueva dimensión humana. Seres excepcionales, pueden ser, pero no escasos y tampoco inverosímiles. Seres dotados de gran espiritualidad, eso sí. ! De mucho amor y respeto a la persona humana!. Es bueno subrayar que el pensador más grande que ha dado esta Isla nunca creyó que valores humanos como el amor, la solidaridad, la honestidad o el servicio a los demás tuvieran relación directa con la “base económica” de la sociedad, y no se podría alegar su desconocimiento del marxismo, teoría que conoció muy bien y de la que nos dejó varios apuntes críticos. José Martí habló de una Patria “con todos y para el bien de todos”, valor patrio como expresión de su honda raíz cristiana.
Ciertamente, la regularidad histórica enseña que un esclavista defiende por diversas razones el sistema que le da de comer; sin embargo, como ha sucedido en todas las épocas, fueron los esclavistas cubanos, también desde múltiples reflexiones, quienes echaron adelante la Independencia de Cuba. Dividir el mundo cívico y ético entre “explotadores” (carentes de valores) y "explotados" (pletóricos de valores) no es un argumento totalmente serio: prescinde de la complejidad humana a quién valora, como la misma historia, desde el sencillo prisma de tener y no tener. También, según las frías estadísticas, y la más cruda generalidad, el hombre “piensa según vive”. Abría que admitir, además, que ni las grandes estadísticas ni la generalidad cambian el curso el curso de la historia; son hombres que casi siempre piensan de manera muy distinta a cómo han vivido.
Más allá de los hombres, con sus defectos, y sistemas socio económicos, cuyos pasos fugaces por la historia no han durado más que su espiritualidad, el Valor solo surge cuando tenemos la posibilidad de vivir en libertad; es decir, experimentar la responsabilidad de nuestras propias elecciones y ser consecuentes con ellas, sean positivas o negativas. El ser humano está diseñado poder elegir, que es hacer diferenciaciones; solo a través de ellas encuentra realización plena. Vida, libertad y responsabilidad es silogismo complicado, nunca concluido, siempre sujeto a mejorar.
El Valor no es un mandato, una oración aprendida, una letra entrada con sangre. El Valor es construcción muy íntima en interacción con el medio, y eso, necesariamente, lleva a pensar, aunque parezca un absurdo, que para formarlo el hombre ha de vivir en ambientes donde exista la diferencia, el diálogo, la contradicción. El verdadero Valor debe su flexible consistencia a haberse formado en un juego libre donde los errores y los aciertos tienen iguales oportunidades. La orientación y la guía no debe estar ausente. Pero tampoco tan presentes como absolutas y únicas visiones del mundo. En esos casos, los valores son rígidos balaustres que aprisionan al ser humano. O como el tieso árbol, arrancado de raíz cuando sopla con fuerza el primer temporal. A su lado, flexible, el sauce se mece.
III.
Uno de los grandes problemas que enfrentará el hombre en este siglo es una especie de absolutismo de nuevo tipo. Triste herencia de una época: la diferencia marcada entre el absoluto Sí y el absoluto No; el saber absoluto y la ignorancia absoluta. Estar alfabetizado no se reducirá a saber leer o escribir, sino a conocer otro idioma y computación. La brecha entre países desarrollados y subdesarrollados podrá ser cada vez más categórica, y de proseguir la actual tendencia al mercado absoluto, los valores como el amor, la entrega, la solidaridad o la honradez serán empolvadas fichas en subasta.
Ninguna sociedad monolítica puede dar un espacio adecuado para el florecimiento de verdaderos valores humanos. Es más, el deterioro de un sistema socio político se ha hecho evidente cuando la homogeneidad, el monólogo o la voluntad humana —soberbia — no han dejado resquicio alguno para el espontáneo giro de sentimientos y pensamientos como factor primigenio del Valor, y empiezan, como síntomas de alerta, a emerger los llamados “falsos” valores o las “pérdidas” de estos.
La primera manifestación de alarma es aquella donde los altos valores del espíritu como el amor, la amistad, la honradez o la solidaridad comienzan a tener un precio. Cierto es que resulta imposible “aterrizar” el amor, la amistad o el ser solidario sin un sustento material; pero un buen trecho, sobre todo de calidad, existe entre amar por dinero y comprar por amor, honrar el poder o poder enaltecer, utilizar la desgracia de los demás para ser “solidarios” o interesarse por la felicidad de los demás cuando la tragedia aún no se dibuja en el horizonte. Cuando los valores son trocados en su significante mercantil o se les impone como una obligación, pierden su belleza, que es transformarse liberaciones del espíritu. Los valores hechos mercancías o formalidades impuestas dejan de poseer todo fundamento.
IV.
Pero nadie ha dicho que el Valor carezca de precios. ! ¡Es caro retener un Valor! Es de aquellos costos que no todos pueden o quieren pagar. Sobran los ejemplos en las antiguas tragedias griegas o en las inglesas obras de Shakespeare: hasta la muerte puede ser el precio a pagar por el amor. Y la solidaridad es cara. Sí, cuesta en el bolsillo y cuesta la propia sangre, la renuncia a la familia y al amor individual. ¡La honradez duele! cómo no! El estómago y la cabeza duelen cuando están vacíos, sin alimentos. Para no pocas personas, en esos momentos difíciles, en nombre del amor particular, del bolsillo y la familia es preferible poner un precio al Valor.
Por supuesto, no hablamos de una filosofía del ascetismo y la burda renuncia a lo que Dios por medio de la naturaleza ha puesto en las manos del hombre. Hablamos de valores y de precios que no entran en una escala cuantificable, porque tan poco Valor tiene quién roba como quién obliga a robar, quién da un pedazo de pan al vecino y deja que sus hijos se acuesten con hambre, quién sacrifica la vida de los demás y salva, como por arte de magia y felina caída en cuatro patas, la propia.
Pudiéramos hablar de un amigo el cardiólogo; va a trabajar todos los días en bicicleta mientras enfrente vive un dependiente de tienda de divisas que va en carro a su consulta. O de aquel conocido: encontró un tesoro oculto en la pared y lo entregó porque si bien los dueños no estaban en Cuba, a él tampoco le pertenecían las riquezas. Y la maestra: batalla a diario con nuestros hijos, pasa frente a una Tienda Panamericana y no se puede tomar un refresco. El cardiólogo se queja, como lo hace el del tesoro, y también la maestra, con su sed. Todos tienen necesidades terrenales, gustos que darse, derecho a disfrutar nimiedades.
En la tarde, cuando el Sol se oculta y salta la ansiedad de la carne, el dependiente se asusta, el colector de tesoros diluye su obra, y la tienda agita una fría armazón de objetos renovables. El cardiólogo, el descubridor de fortunas y la maestra se sientan en el portal de sus casas y respiran el ocaso. Ellos saben que mañana volverá a salir el Sol. Y les cuentan a sus hijos el misterio más profundo del hombre: el alma, una especie de rincón donde nada puede ejercer presión, confín donde nadie puede comprar y vender a su antojo. Un lugar que solo al hombre Dios ha dado, y solo pide valor para mantenerlo indemne.
La noche cubrirá la ciudad en tanto el cardiólogo, el descubridor de tesoros y la maestra respiran, andan, duermen en silencio después de releer el Fausto. Mañana será otro día, y otro, y otro… Ellos saben que existen porque aún son personas. Sus vidas, todavía, no tienen precio.
Publicado en Palabra Nueva, revista de la arquidiócesis de la Habana, Febrero, 1999.





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