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Muñeco


Por Francisco Almagro (Del libro Cronicas de Nicaragua: Imagenes internacionalistas, fragmento)


Muñeco era de esos tipos convencidos del deber de ir a una misión internacionalista. Dos razones, más bien principios, lo guiaban: era un revolucionario que creía en Fidel y en entregarse a los pobres de la Tierra, y en su familia todos estaban comprometidos con la Revolución.

Cuando a Muñeco lo seleccionaron en el hospital de Pinar del Río para ir a misión, no preguntó a dónde sino cuándo. En la familia sería otro internacionalista pues sus tíos habían estado en Angola y en Etiopía, en la guerra. Era, además, secretario general del comité de base de trabajadores, y el técnico de Rayos X más destacado del servicio. Para Muñeco no había hora de descanso. Si hacía falta doblar turno porque alguien faltaba, siempre se podía contar con él. Lo de Muñeco le venía de niño: al último de sus cinco hijos los padres lo encontraron bello, hermoso, en fin, un muñeco.

Nunca había salido de Pinar, ni montado en un avión. De manera que cuando el Il-86 que lo llevaba a Nicaragua alzó vuelo, Muñeco sintió la fuerza de la inercia y conoció la invisibilidad de las nubes. Iba callado. Con un pasaporte en el bolsillo por primera vez, entregado justo antes de subirse al avión, se sentía parte de una obra mayor: la Revolución cubana y su obra mayor, humanitaria: la ayuda desinteresada a otros países.

-Señores pasajeros –anunció el capitán por altavoz-. El vuelo a Managua, capital de Nicaragua se realizará en aproximadamente dos horas y veinte minutos. Por necesidad de combustible debemos hacer una breve escala en Ciudad de Panamá…

Quien estaba sentado al lado de Muñeco dijo que ojalá los dejaran bajar del avión. Y Muñeco pensó que sí, que lo harían, porque allí todos eran revolucionarios, nadie se quedaría. El avión se aproximó a un tubo plástico, y abrieron la puerta de cabina. Quien parecía responsable dijo que podían bajarse y debían regresar en media hora. Muñeco, asombrado con el malecón panameño y sus edificios altos, blancos, una vista hermosa desde la ventanilla del avión, al recorrer el pasillo con tiendas de todas las marcas y productos pensó en el capitalismo y su perversidad: a esas cosas solo tenían acceso los ricos, los que viajaban.

Fue al baño a orinar, como varios de sus colegas. En unos minutos fueron saliendo todos. El quedó solo, frente al inodoro. Por su mente pasó la idea de la deserción; tantos cubanos a los cuales se les fue el avión, y no regresaron. Muñeco había dejado una esposa y dos hijos pequeños detrás. Y si lo hacía, nunca más la familia querría saber de él.

De modo que terminó, se subió el zipper del pantalón, y regresó por el pasillo ancho, plagado de tiendas y cosas capitalistas nunca vistas, y sin las cuales Muñeco había crecido feliz.

En la puerta del avión Muñeco entregó la tarjeta plástica al responsable con una sonrisa de victoria: había vencido, como todo un revolucionario, la primera tentación del capitalismo.



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