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¿Por qué “bloqueo” y no embargo?


Fortaleza de La Chorrera. Foto del autor.


Por Francisco Almagro Domínguez.


Amigos y familiares sinceros creen, a esta altura del conflicto, que el “bloqueo” a Cuba es un anacronismo, rémora de la Guerra Fría, y que corresponde al congreso norteamericano –el único que puede hacerlo- dar por terminada la ley que lo tipifica. Al menos dos razones esgrimen casi siempre: ningún país tiene derecho a interferir en el desarrollo y la felicidad ajena; y ha sido la justificación socorrida para culpar a otro de su incapacidad y la falta de libertad. El coro de contrarios al embargo-bloqueo dice: es hora de quitar al régimen su coartada.

Ambos juicios son lógicos, a primera vista. En realidad es el sistema socialista, de economía planificada, lo que frenó y frenará el desarrollo del país, como ha quedado demostrado en más de un siglo de práctica y en cualquier región del planeta. En cuanto al embargo-bloqueo como excusa, a no dudarlo, surgirán otras: un complot internacional para no invertir en la Isla, ciclones y sequías, explosiones solares… No hay totalitarismo sin contrario que aniquilar: muerte a los gusanos, escorias, platistas, neoliberales, escuálidos, “pitiyankis”.

Es cierto que el embargo dificulta la operatividad del régimen. No es lo mismo traer mercancías de puertos norteamericanos en solo un día de travesía, que de Latinoamérica o Europa. Tampoco todas las restricciones que impone a productos con un porciento de tecnología y propiedad intelectual norteña. El uso del dólar está limitado; los bancos de Estados Unidos imposibilitados de transacciones financieras con la Isla.

Cuando se usa la palabra bloqueo para designar lo que es, en toda regla, embargo, o sea restricción comercial y financiera, se introduce un ruido subliminal. Una confusión semántica. En lenguaje ramplón, ganas de jorobar. A pesar de explicar que la tercera parte de las divisas que entran a la Isla vienen de Estados Unidos y de su exilio en forma de dólares, que casi todo el pollo, una buena cantidad de arroz y otros productos llegan a Cuba a través de convenios, y que hasta hace muy poco habían decenas de vuelos diarios entre ambos países, muchas personas en el mundo continúan y posiblemente continuarán llamando bloqueo a lo que es un embargo. ¿Por qué?

Para comprenderlo, y sin entrar en detalles técnicos de la lingüística y la semiótica, y menos en el psicoanálisis lacaniano, la palabra bloqueo produce en el escucha, en el receptor, un efecto muy negativo, chocante, repulsa. El simbolismo –significante- lleva a imaginar aislamiento, ni entrada ni salida, muerte por inanición. Es una palabra tan fuerte, que bloqueo es una acción de guerra que precede a la invasión o la conquista de un territorio. Desde tiempos inmemoriales se bloqueaban fortalezas y castillos para rendir por enfermedad, sed y hambre a quienes resistían detrás de las murallas –esa es, justamente, una de las frases más usadas por el régimen.

La palabra embargo no solo es más “suave” sino que remite a una circunstancia legal en la que alguien no paga, y el deudor cobra imponiendo restricciones a las finanzas o los bienes del adeudado. Se embarga el sueldo de quien no honra sus compromisos con la familia o la renta interna; es embargada la compañía contaminadora; el banco embarga la casa y el auto de quien no lo paga en tiempo. En fin, embargo no funciona para lo que se quiere: derrotar moralmente al enemigo.

Debemos admitir que el régimen ha hecho bien la narrativa de la victimización: una Isla pequeña, subdesarrollada, bloqueada por el imperio más grande que ha conocido la Humanidad. Desde el principio, el Difunto supo otear al antiamericanismo en el Continente y el cambio de significado y significante: bloqueo por embargo. Funcionó. Aun funciona por una verdad histórica atornillada en el inconsciente planetario: los norteamericanos han sido invasores –y bloqueadores- de otras tierras. Pocos tienen tiempo para pensar en las causas que originaron el conflicto. Resulta más fácil culpar que perdonar; odiar que amar.

La propaganda que hoy vende el régimen es que son los Estados Unidos los que necesitan abolir el bloqueo pues están perdiendo oportunidades a noventa millas de sus costas; que la mayoría de los exiliados cubanos desean el fin de la ley Helms-Burton; que las playas y los hoteles cubanos son los mejores del mundo, y los turistas del Norte tienen el derecho –y así deben exigirlo a su gobierno- de visitarlos.

Sin embargo -o sin bloqueo- está sucediendo algo muy curioso desde el punto de vista sociológico e incluso lingüístico: una negación del mantra gebeliano de que una mentira repetida mil veces llega a tenerse como verdad. En esto las redes sociales y la crisis económica, sanitaria e ideológica del regimen han tenido un papel esencial.

La máxima del ministro de Propaganda nazi, por cierto filólogo nazi y escritor frustre, funciona en medios cerrados, allí donde no hay posibilidad de contrastar la información, y el receptor es cautivo en una zona de confort. Cuba tiene hoy el triste mérito de negar esa antológica receta fascista: mientras más mencionan la palabra bloqueo como verdadera causa de todos los males, y más necesidad pasa la gente, más certeza tienen de que le han mentido, le mienten y le mentirán.

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