Por Francisco Almagro (Del libro Crónicas de Nicaragua: Imagenes internacionalistas, fragmento)
Cuando Anestesista I, el Flaco, se graduó de enfermero solo había plazas en Matanzas para trabajar en la Ciénaga de Zapata o en la prisión provincial. Le hubiera gustado conocer la Ciénaga. La esposa había acabado de parir, y desde los humedales y los trillos de argamasa solo se podía ir a las ciudades los fines de semana. El Flaco tampoco conocía el mundo carcelario. Se decían muchas cosas de una prisión. En Cuba era doblemente dura; las condiciones en que los convictos purgaban sus condenas eran infrahumanas. Un amigo le advirtió de ese otro mundo, la prisión:
-No te imaginas lo que piensa un preso. Tienen todo el día y la noche para pensar. Lo que no se le ocurre a un preso no se le ocurre a nadie.
-Siempre será mejor que la Ciénaga, con sus mosquitos y sus cocodrilos, y mi guajira recién paría allá, en el pueblo.
El Flaco fue contratado para la cárcel provincial con un buen sueldo; hasta una javita le daban, con aseo personal y una botella de aceite, latas de conservas, y un paquete de galletas. No tenía relación directa con los presos. La enfermería era un sitio aparte, y quizás por eso mismo, al principio no noto que él también estaba entre rejas.
- ¿Qué te metiste en la barriga, chico?
-Un vidrio, Flaco, un vidrio. Tienen que operarme en el provincial. Mándame para allá.
-Tiene que verte el médico primero. Coňo, pero lo que se les ocurre a ustedes…
-Claro, claro, se ve que tú no estás allá adentro…
Los penados inventan cualquier cosa para pasar unos días en la enfermería. Unas más serias que otras. Llegaban a mutilarse. Las broncas no eran frecuentes, pero las pocas eran mortales, sin dar tiempo a aplicar un torniquete, tapar la herida del tórax, reanimar a quien se desangra.
-Me voy a volver loco allí, Olguita –dijo un día en que debió doblar turno-. Hubiera preferido la Ciénaga mil veces aunque me hubieran comido los cocodrilos.
Olguita le dijo que no hablara boberías. Sin decirlo, fue a ver un pariente en la Dirección Municipal de Salud Pública de Matanzas.
-Lo único que tengo es un curso de técnico de anestesia para enviarlos a misiones internacionalistas –dijo el hombre.
-Oye, lo que sea -dijo Olguita. –Él no quería dejarnos a mí y a mi hija pero yo creo que va a ser hasta mejor para los tres. Se me va a volver loco allá adentro… el no nació para estar en ese ambiente.
El Flaco fue el mejor alumno del curso. Ni él mismo conocía su potencial; sus habilidades para en los momentos más críticos tener paciencia y hacer lo correcto, lo que tocaba. En tres meses estaba listo. Cuando pidieron técnicos para ir a Nicaragua, el Flaco fue la primera propuesta del servicio de anestesia y reanimación.
-Por lo menos Nicaragua no será tan jodida como Etiopía o Angola -comentó Olguita con el pariente cuando recibió la primera carta del Flaco desde Villa Nejapa, Managua.
-No creas -dijo el dirigente municipal de salud-. Nos han pedido anestesistas porque aquello está en candela.
-Chico, ¿me estás dando aliento o me quieres deprimir?
-Bueno Olgui, peor estaba la cárcel, ¿o no?
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