Tiros de Gracia
- Francisco Almagro

- 6 may 2020
- 3 Min. de lectura

Por Francisco Almagro Domínguez
Todo comenzó con el disparo. El custodio Pedro Ortiz Cabrera recibió una herida mortal en el pecho. Hasta el día de hoy, las autoridades cubanas y los sitios oficiales mienten sobre el hecho. Siguen afirmando con total desvergüenza que el soldado murió a causa de las heridas provocadas por antisociales que buscaban refugio en la Embajada del Perú. Contrario a lo que esperaba el Difunto en Jefe, miles de cubanos sociales se abalanzaron entonces sobre las cercas, y penetraron en la embajada. Fue un plebiscito con los pies, diría el escritor checo Milan Kundera.
Los sucesos de la embajada del Perú y el éxodo del Mariel, hace 40 años, pueden ser considerados como la primera derrota de la Revolución cubana en América. Más de 120.000 cubanos escaparon, o los hicieron escapar de la Isla. Es probable que el doble o el triple quedó con ganas de zarpar. Nunca más los posibles emigrantes volverían a tener otra oportunidad debido a una perreta del Vigilante en Jefe.
Hasta que sonaron otra vez los tiros en el Malecón, década y media después. Policías disfrazados de albañiles con pistolas y tonfas frenaron una estampida digna de un pasaje evangélico: la gente tratando de caminar sobre las aguas. Tras una apreciación de la situación operativa, esta vez la perreta del Difunto tuvo una magnifica caja de resonancia: el presidente demócrata —siempre sucede con los demócratas— Bill Clinton había manifestado en privado intenciones de mejorar las relaciones con Cuba. Los mares, otra vez, estaban abiertos. Caminar sobre las aguas no es para humanos faltos de fe. En esta ocasión el que pudo construirse una balsa no tuvo que esperar que vinieran por él. Otros soltaron amarras. Pero el océano se los tragó para siempre.
El último tiro sin gracia ha sido el de un presunto paciente psiquiátrico, sospechoso hasta que se demuestre su culpabilidad, que ha atacado la Embajada de Cuba en Washington en el horario menos visitado y habitado: sobre las dos de la mañana. En este acto "terrorista", en plena madrugada, no hay cómplices, ni coordinación con agencias gubernamentales, y un fusil de asalto que se compra en cualquier tienda de armas. El ciudadano jaliense, según las autoridades, ha hecho declaraciones que pudieran caer en la categoría de delirios paranoides.
Sin embargo, desde la otra orilla han comenzado los cantos, no de sirenas, sino de los tiburones de la guerra y la confrontación. Subliminalmente, la prensa única y total deja caer que hay permisividad en el Gobierno norteamericano a tales acciones hostiles. Que no se han seguido las normas de seguridad de las embajadas.
En boca de las máximas autoridades, el probable acto solitario de un demente encarna la voluntad guerrerista del Norte poderoso contra una islita humanitaria, pobre e inocente de toda subversión. Quizás tengan razón: a la administración Trump solo le falta una justificación mínima para pasar a otro nivel de enfrentamiento con el cerebro de la llamada Cubazuela.
Un camino para el régimen capear el temporal es hacer cambios reales en sus relaciones políticas y económicas, al interior y al exterior. Esa elección, nunca apoyada por la gerontocracia, salvaría a los más jóvenes.
La otra opción es mantener el estado de confinamiento sobre el confinamiento de seis décadas. Son ellos quienes bloquean a su propia gente. Problemáticos, buscadores de pleito, diría un vecino. Si nadie se mete con ellos, se embrocan con ellos mismos. Han aumentado la represión a la disidencia, a las llamadas indisciplinas sociales —luchar, resolver—, desplegado un mayor control de los alimentos a través de "módulos" que parecen chistes, mientras la policía y el ejército tratan de controlar el hambre y las colas. El Covid-19 ha sobreañadido una situación insostenible. Si los países más desarrollados tendrán problemas serios con el turismo, con la industria del ocio, ¿qué será de la Isla?
¿Se estará preparando el terreno nacional e internacional para dar un tiro de gracia a la Embajada norteamericana en La Habana? ¿El tiro de gracia será contra un sistema ineficiente y desalmado? ¿Es el preámbulo para retirar los custodios, dar libre paso al edificio de la sede norteamericana, un éxodo en el mismo malecón habanero? ¿O una nueva forma de negociar, estilo Trump: poner tan mala la cosa que solo se puede mejorar?
Deben ser muy cautos. La genialidad manipulativa del Difunto se siente desde el primer día de su ausencia. Donald no se llama James ni William. Y lo que es peor, el pueblo cubano del 65, del 80 y del 94 tampoco es el de hoy. Lleva sesenta años haciendo colas, comiendo consignas, "masticando carijos", y dándose tiros en los pies. Se está preguntando ahora, como nunca: ¿y el vasito de leche, pa cuándo?
Publicado en Diario de Cuba, 05-06-2020





Comentarios