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Virgen de Guadalupe: Madre y Evangelizadora de América .



Por Francisco Almagro Domínguez[a] .

Mexicanos volad presurosos

del pendón de la virgen en pos

y en la lucha saldréis victoriosos

defendiendo a la Patria y a Dios.

Himno Guadalupano (fragmento).



Lo que un viajero hace al llegar.

La última vez que visité México tuve la dicha de hacerme acompañar de mi esposa. Fue tanta la suerte de regresar a ese hermoso país y aún más extraordinario el hecho de poder salir juntos de Cuba, que prometimos sin abordar todavía el avión, ir a visitar La Villa tan pronto llegáramos, como aquel viajero que según José Martí no se sacudió el polvo del camino hasta presentarse frente a la Estatua del Libertador en Caracas. Prácticamente del aeropuerto viajamos rumbo al Norte de la Ciudad, a través de Insurgentes, rumbo al Cerro del Tepeyac, donde se cuenta que hace 470 años hizo su aparición primera la Virgen de Guadalupe, una virgen morena y sencilla, como los habitantes de esa bella nación.

La Basílica donde hoy se exhibe la tela con la imagen guadalupana—la figura que vemos no es una pintura al óleo sino una túnica rústica, de fibra de maguey, con casi cinco siglos de existencia[i]—es una enorme y moderna construcción que pertenece a un conjunto de templos de diversa data, el primero de los cuales comenzó a construirse en 1695. Dentro del gran santuario pueden caber cientos de personas sentadas y tal vez miles de pie, todas siguiendo las misas que se producen cada media hora; eso sin contar otros cientos de personas que asisten a las misas dadas en capillas del piso superior, peregrinos de toda la Nación y de cualquier parte del mundo. En la enorme plazoleta de la entrada hay incontables pagadores de promesas, los más variados y osados artesanos vendiendo estampillas, figuras y rosarios.

Debajo de la Basílica, en un virtual laberinto de tiendas que pueden sumar decenas, se ofrecen todo tipo de objetos religiosos. Al lado de La Villa existe una verdadera acampada donde hay incontables comerciantes que a precios módicos venden desde alimentos hasta artificios electrónicos relacionados con la Fe. Subiendo la cuesta del Cerro, casi al llegar a la cima, hay un grupo escultórico de belleza y significado único: la Virgen de Guadalupe recibe de los nativos, y de Juan Diego, el protagonista principal de la historia, los obsequios de la tierra mexicana. La Ofrenda, como se llama la estremecedora realización, está cerca de una cascada que baja del Tepeyac; el conjunto termina por dar al visitante una paz interior pocas veces igualada.

Pero la imagen original se conserva dentro de la moderna Basílica, sobre una enorme columna en el centro del altar, a donde se tiene acceso por detrás, a través de un corredor. Existen esteras mecánicas frente a la prenda que facilitan a los visitantes —en unos minutos es posible oír todos los matices del español americano y tal vez lenguas de tierras lejanas—pasar en un sentido y en otro cuantas veces lo deseen. La tilma[ii] o prenda reposa dentro de un cuadro a la altura de varios metros y está cubierta por un vidrio; tiene un tamaño aproximado de 1.95 centímetros por 1.05 de ancho.

La ofrenda habitual de los visitantes es llevar flores, sobre todo rosas, y depositarlas cerca de la tilma, sobre una pared cubierta de mármol que está a un lado del púlpito. En La Villa sobran las flores de todos tipos y de todos los precios. De modo que los forasteros cubanos que éramos mi mujer y yo, cumplimos con alegría la promesa de depositar cerca de la imagen una buena cantidad de rosas. He recordado mucho, desde entonces, al patriota bolivariano, capaz de dar testimonio de aquellos que le hicieron posible estar presente frente al Libertador.

Escribir sobre este tema es para el autor un verdadero placer y una obligación con México y con América; el Santo Padre ha querido que la Virgen de Guadalupe presida las celebraciones de nuestro continente por el segundo milenio del cristianismo. Investigar y redactar estas líneas cumple también con el deber de servir, un compromiso hecho de cuerpo presente a los pies de la Virgen de Guadalupe.

Nican Mopohua.

(La narración más antigua de las apariciones guadalupanas escrita en náhuatl y traducida al español).

Hace más de 450 años un tal Antonio Valeriano, indígena de gran prestigio y cultura, puso en blanco y negro las “apariciones de la Virgen” a un pobre nativo llamado Juan Diego. El texto, que se cree escrito entre 1545 y 1550, ha desaparecido en su versión original. Esta fue escrita en lengua náhuatl y traducida al castellano por Primo Feliciano Velázquez. El envío a imprenta se le debe a Luis Lasso de la Vega en 1649[iii]. Los autores creen posible que Valeriano haya oído del propio Juan Diego el relato de sus encuentros con la Virgen, porque tenía diez años cuando sucedieron los hechos y veintiocho cuando murió el protagonista[iv]. Como quiera que sea, la “versión” de Antonio Valeriano ha llegado a nuestros días como un importante testimonio de lo que pasó en el Cerro del Tepeyac en los primeros días de diciembre de 1531.

Cuenta el Nican Mopohua —quiere decir en náhuatl aquí se ordena o se cuenta, redundancia imprescindible—cómo la “Virgen Santa María, Madre de Dios, Nuestra Reina en el Tepeyácac[v], que se nombra Guadalupe”, se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego. Son cuatro las apariciones, la primera de ellas sucedió diez años después de conquistada la Ciudad de México por Hernán Cortés.

Era sábado, de madrugada, cuando el indio Juan Diego venía junto al Cerro y se detuvo al oír un precioso canto celestial y después su nombre. Fue donde le llamaban; vio una señora que estaba de pie y le dijo que se acercara. La señora se identificó como la Virgen María; de encomienda le dio a Juan Diego decir al obispo de México, entonces Fray Juan de Zumárraga[vi], que le edificara un templo. Juan Diego cumplió el mandato: contó lo que vio y oyó, pero el obispo no le dio crédito y lo despidió. Ese mismo día el indito regresó triste al cerro, donde la Señora del Cielo lo esperaba. En esa, la Segunda Aparición, Juan Diego se disculpó por no haber podido convencer al obispo; la Virgen, en cambio, insistió en el mensaje y le recomendó meditación para lograrlo. Al día siguiente, cerca de la diez, de nuevo se presentó Juan Diego a Zumárraga; lloró y se humilló a sus pies; debía creerle. Esta vez no sólo se ignoró su petición sino que el obispo exigió una “señal” de la presencia de la Virgen en el Tepeyac y además, para cerciorarse de las reales intenciones del nativo, dio instrucciones de vigilarlo de cerca. Sus hombres lo siguieron, pero de una forma misteriosa perdieron el rastro cuando Juan estaba cerca del puente del Cerro. Atónitos regresaron y le dijeron que se debía castigar duramente al indio por engañar y mentir a un obispo.

En ese instante Juan Diego estaba con la Virgen. Era la Tercera Aparición. Ella lo oyó y le dijo que al día siguiente lo esperaría para cumplir la promesa de llevar la señal solicitada. Pero el lunes Juan Diego no volvió. Su tío Juan Bernardino estaba muy grave y fue primero a llamar a un médico que nada pudo hacer; en la noche agonizaba, así que entonces fue a buscar un sacerdote para darle la extremaunción al tío. Tuvo Juan Diego el cuidado de pasar por el otro lado del Cerro para que la Virgen no lo llamara. Pero cuando caminaba en dirección a México, la Señora bajó del Cerro

Al día siguiente, cerca de la diez, de nuevo se presentó Juan Diego a Zumárraga; lloró y se humilló a sus pies; debía creerle. Esta vez no sólo se ignoró su petición sino que el obispo exigió una “señal” de la presencia de la Virgen en el Tepeyac y además, para cerciorarse de las reales intenciones del nativo, dio instrucciones de vigilarlo de cerca. Sus hombres lo siguieron, pero de una forma misteriosa perdieron el rastro cuando Juan estaba cerca del puente del Cerro. Atónitos regresaron y le dijeron que se debía castigar duramente al indio por engañar y mentir a un obispo.

En ese instante Juan Diego estaba con la Virgen. Era la Tercera Aparición. Ella lo oyó y le dijo que al día siguiente lo esperaría para cumplir la promesa de llevar la señal solicitada. Pero el lunes Juan Diego no volvió. Su tío Juan Bernardino estaba muy grave y fue primero a llamar a un médico que nada pudo hacer; en la noche agonizaba, así que entonces fue a buscar un sacerdote para darle la extremaunción al tío. Tuvo Juan Diego el cuidado de pasar por el otro lado del Cerro para que la Virgen no lo llamara. Pero cuando caminaba en dirección a México, la Señora bajó del Cerro y le salió al encuentro. En esta, la Cuarta Aparición, la Virgen de Guadalupe le pide que no se angustie, “no se turbe tu corazón” y que su tío “no morirá ahora…está seguro de que ya sanó”. Le ordenó en cambio que subiera al Cerro; allí encontraría flores. “Córtalas, júntalas, recógelas: en seguida baja y tráelas a mi presencia”. Las flores eran rosas de Castilla, que en esa época no se daban. Juan Diego estaba asombrado por el milagro de ver tantas rosas frescas en el Tepeyac. La Virgen dijo que esa era la señal. “Tú eres mi embajador, muy digno de confianza…. Te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas”.

Se puso Juan Diego en camino a México, muy contento, y al llegar al palacio del obispo Zumárraga salieron a su encuentro el mayordomo y otros sirvientes. Ninguno quiso dejarlo pasar y él se mantuvo de pie, cabizbajo, con algo en el regazo. Les interesó lo que traía el indio y se acercaron; vieron rosas de Castilla fragantes, abiertas, y tanto fue su asombro que quisieron tocarlas, pero estas no se veían entonces como verdaderas flores sino como pintura o bordados en la manta. Fueron inmediatamente a avisarle al obispo, quien sospechó que la prueba había sido enviada. Ante él Juan Diego contó lo sucedido en el Tepeyac y abrió su manta dejando caer las flores. La sorpresa fue mayor al ver en la capa la imagen de la Virgen Santa María. Zumárraga y todos los presentes se arrodillaron, se “entristecieron y acongojaron”. Con lágrimas de tristeza el franciscano oró y pidió perdón. Desató la manta del cuello de Juan Diego y la puso en el oratorio. Un día más permaneció el indito en la casa del obispo, y pedía que lo dejaran ir pues debía ver a su tío, sanado ya por la Virgen. No le permitieron ir solo; al llegar comprobó que su tío se encontraba sano y contento y tenía además algo que contarle: la Señora del Cielo se le había aparecido también, curándole y pidiendo que fuera a ver al obispo para contar lo sucedido; debía exigir que su imagen fuera nombrada Virgen Santa María de Guadalupe. Trajeron a Juan Bernardino ante el prelado y contó su historia. Después se erigió el templo de la Reina del Tepeyac y la ciudad entera venía a “admirar su devota imagen, y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen”.

De la Letra a la Tela.

El Nican Mopohua pudiera pasar como una ficción de un escriba aborigen sorprendido por la valentía de Juan Diego o aplastado, como su Ciudad de Tenochtitlán, por la Conquista. Pero con toda intención he querido exponer la mayor parte de la historia porque lo que no es ficción es la tilma que ha llegado a nuestros días y existe una relación estrecha, como veremos, entre el relato y la imagen de la Virgen de Guadalupe.

El 7 de mayo de 1979 los científicos Smith y Callagan[vii] lograron, después de muchos esfuerzos, fotografiar la prenda con rayos infrarrojos y con películas corrientes. Ellos dieron a conocer un informe que sería trascendente[viii]: la tilma de Juan Diego había sido retocada ampliamente. Como sabemos, la fotografía por rayos infrarrojos es utilizada en obras de restauración y estudios plásticos: los pigmentos emiten una longitud de onda que es posible captar en el celuloide. Así descubrieron los siguientes sobreañadidos: los rayos solares que rodean a la Virgen, las cincuenta y seis estrellas del manto, los dibujos de la túnica, la luna y el ángel que están debajo, las nubes, una buena parte del rostro y las manos. Hay otros detalles pero estos son los más importantes. Cuando observamos las fotografías infrarrojas a 8 centímetros de distancia podemos comprobar que la pintura añadida se está cayendo, lo cual confirma que es “de otro material”, distinto al resto de la “pintura original”. Fue posible determinar que las manos eran más largas, y que los dedos fueron acortados para que parecieran manos indígenas. Por sencillos cálculos según el deterioro de las pinturas, se pudo establecer que unos retoques antecedieron a otros, y quizás esas manipulaciones del original empezaron antes del Siglo XVII.

Llegados a ese punto, ¿qué quiere decir esto?. Muy sencillo: hay fragmentos de la imagen de la Virgen de Guadalupe que son retoques, añadiduras, manipulaciones humanas posteriores, pero también hay otra parte que no es pintura y Smith y Callagan no pudieron determinar a través de la fotografía de qué “expresión plástica” se trata. En su informe llaman la atención sobre la brillantez de la túnica. Es como si hubiera sido mejorada con barniz, pero el examen del celuloide infrarrojo no pudo detectar sedimentos de la resina. Creen que la silueta tiene un resplandor indescifrable; ello hace al observador tener la sensación de que ha sido acabada de pintar. La cara de la Virgen es otro detalle interesante. Opinan que a pesar de haber sido retocada, se conservan muchos rasgos originales. Tal fisonomía provoca en el espectador un extraño estado de fascinación, como si se tratara de una rostro vivo con enigmático semblante.

En busca de los “culpables”.

Parece que Smith y Callagan fueron más allá de la fotografía y su pesquisa señaló como “retocador” al Padre Miguel Sánchez. El autor del texto que nos guía[ix] cree no probable esa hipótesis, pues el Padre Miguel escribe sus intenciones en un texto aparecido en 1648, o sea, cuando ya las manipulaciones fundamentales estaban hechas. Por otro lado, en el Nican Mopohua, que data de 1545-1550, Antonio Valeriano describía la imagen con el ángel, la luna, las estrellas…que son pinturas humanas. Existen reproducciones de la Guadalupe dentro del propio Siglo XVI que ya contenían esas añadiduras, incluso “declarantes” que afirmaban entonces haber visto a la Virgen como hoy la conocemos. Pero existe un margen entre 1531 y 1545-51, cuando fue escrito el Nican Mopohua, donde se desconoce qué sucedió con exactitud.

Una pista frágil nos coloca en 1556. El fraile franciscano Francisco de Bustamante la emprendió contra la prenda, a quién le adjudicaban milagros, y dijo que la había pintado el indio Marcos. De este, al parecer fabuloso pintor mexicano, hasta Bernal Díaz del Castillo hizo referencia en su Verdadera historia de la Conquista de la Nueva España. Eso pudiera indicar que Bustamante “sabía algo” sobre añadidos y retoques al ayate o túnica, pues de otra forma no hubiera tenido sentido citar a Marcos como autor de la “pintura”.

Lo que sí parece tener seguidores es el hecho de que la iglesia mexicana entre 1926 y 1929 manipuló en secreto el rostro de la Virgen, al menos así lo expresa el investigador Rodrigo Franyutti en “El verdadero y extraordinario rostro de la virgen de Guadalupe” (32 páginas). La historia comienza el 18 de mayo de 1923 cuando Manuel Ramos tomó fotos a la prenda y que por su nitidez y calidad se consideraron “oficiales”. En 1926 se desató una persecución contra la iglesia y casi el único templo no cerrado fue donde se exhibía la Virgen. Temiendo que los excesos pudieran llegar a agredirla, hicieron traer de Puebla una copia y guardaron el original, con actas y testigos mediante, en una casa de laicos. Fue posible restituir el original en 1930; se hicieron nuevas fotos y…!sorpresa!: existían cambios en el rostro de la Virgen de Guadalupe, suficientes para sospechar retoques en ese tiempo de claustro confidencial. Esos supuestos incidentes no han sido confirmados aún y sobre el asunto hay gran hermetismo.

Los Ojos: ¿espejos de la historia?

Se adjudica a Carlos Salinas y a Manuel de la Mora (29 de marzo de 1951) el descubrimiento de imágenes humanas en los ojos de la Virgen. Pero hoy muchos coinciden en afirmar que fue Alfredo Marcú, en 1929, quién primero llamó la atención sobre una figura que se reflejaba en la córnea de la Señora. Sucedió que entonces no hubo interés en el hallazgo o simplemente se consideró inadecuado desde el punto de vista político. Lo que Marcú como Salinas vieron a través de la fotografía fue un busto humano que desde entonces se conoce como el “hombre con barba”. ¿Cómo pudo formarse esa imagen en una “pintura”?. ¿Quién era ese hombre barbado?.

A partir de 1951 comenzaron a participar en los estudios guadalupanos oftalmólogos y cirujanos de renombre, el primero de ellos el reconocido Doctor Javier Torroella Bueno, quién certificó, después de observar con oftalmoscopio[x] los ojos de la Virgen, la existencia de una imagen humana en su interior. Por su extensión debemos prescindir de los informes, porque en pocos años más de veinte especialistas hicieron exámenes oculares profundos y serios, todos coincidiendo con el Doctor Torroella. El más “completo” puede ser el del Doctor Torija Lavoignet, el 20 de septiembre de 1958. Un dato curioso y muy interesante es que todos se sintieron frente a unos “ojos vivos”. El Doctor Enrique Graue, una verdadera eminencia en su época, confesó haberse sorprendido al examinar durante casi una hora las córneas de la imagen y cuenta que en algún momento dijo: “por favor, señora, mire usted un poquito hacia arriba”.

Los médicos coincidían en que se irradiaba una figura humana en los ojos, exactamente igual que cómo refleja una persona viva la imagen que se tiene enfrente, y la distancia entre la Virgen y el “hombre con barba” no era mayor de cuarenta centímetros. Todos dijeron, además, que era imposible para un pintor del Siglo XVI haber dibujado esa figura en la córnea, y que para un hombre del Siglo XX también hubiera sido muy difícil dadas las características de física óptica e inversión de imágenes que apreciaban en la exploración.

Los ojos de la Virgen se convirtieron en noticia que recorrió el mundo. Y comenzaron las especulaciones alrededor de quién era el “hombre con barba” y cómo su rostro había quedado allí “impreso”. Personas muy atinadas plantearon varias dudas. En primer lugar, no debía ser Juan Diego pues los indios eran lampiños. Como segundo punto, recordemos el “milagro de las flores” contado en el Nican Mopohua: fue cuando Juan Diego abrió la túnica y cayeron las flores, que apareció la imagen impregnada en ella. Por lo tanto, la Virgen miraba a Zumárraga y quizás a otros presentes en ese momento, y no a un sólo hombre “barbado”.

(Un paréntesis imprescindible).

Es necesario recapitular brevemente: estamos ante una túnica rústica, de fibra de maguey, donde es virtualmente imposible hacer dibujo alguno, que ha sobrevivido a la humedad, los insectos y no pocas intenciones humanas de retocarla —haciéndole más daños que beneficios—por más de 450 años. En ella hay una figura donde la fotografía infrarroja y otros análisis químicos —que más adelante trataremos—demuestran la existencia de pigmentos desconocidos y que en ciertos lugares posee una brillantez, un resplandor inexplicable. Esa prenda, según lo narrado en un documento antiguo, se impregnó de una manera obscura, y existieron testigos de los hechos. En los ojos de la Virgen se refleja un busto humano, algo corroborado por más de veinte especialistas en oftalmología. Pero las incógnitas siguen siendo quién o quiénes son esas personas y cómo llegaron a quedar para siempre en las córneas del “dibujo”.

Creer para Ver.

Como sucedió con la Sábana Santa, las últimas tecnologías creadas por la mano del hombre están sirviendo para revelarnos la Verdad hasta entonces para algunos—incrédulos—bien oculta. José Aste Tonsmann es un ingeniero civil profesor de la Universidad de Cornell y que trabajaba en el Centro Científico de IBM en México. En 1979 utilizó un microdensitómetro y un sistema de computadoras acopladas para digitalizar las imágenes de los ojos de la Virgen de Guadalupe. Hablamos de equipos que diez años atrás se consideraban muy novedosos, ya que eran capaces de aumentar cientos de veces el tamaño de una fotografía, cambiar las tonalidades de color, el enfoque y hasta poner o quitar elementos. Hoy cualquier fotomecánica que se respete puede hacer cosas mucho más complejas y los programas para ello caber en un disco compacto. No explicaremos el proceso hecho por Tonsmann y sus equipos; sólo mencionar que el ojo humano capta entre 16 y 32 tonalidades de gris y esas computadoras más de 250. Cuando el investigador “procesó” la(s) figura(s) de los ojos de la Señora de Tepeyac descubrió que no sólo había un “hombre con barba” sino un conjunto de personas.

Cuenta el científico que los hallazgos se precipitaron de una forma “incontrolable” : un indio sentado y casi desnudo, la cabeza de un “anciano”, otro indio con sombrero que parece extender su tilma ante los presentes, una mujer de raza negra, un hombre joven ante el anciano, el ya famoso “hombre con barba” de 1929 y otras figuras como una mujer, un hombre y dos niños, que pudieran ser una familia. Todos se reflejan simétricamente en los dos ojos de la Virgen, o sea, como si se tratara de una córnea viva en ese momento.

Después de diversos estudios antropológicos y bibliográficos, Benitez afirma que se van identificando los personajes que la Virgen tuvo ante sus ojos ese 12 de diciembre de 1531. El hombre anciano, por las características antropométricas de su cara y los retratos de la época bien pudiera ser el obispo Zumárraga; a su lado, un traductor —el fraile no comprendía náhualt—que posiblemente sea Juan González, llegado a México en 1528. Al encontrar una mujer de raza negra los investigadores guadalupanos quedaron atónitos, pero documentos de esos tiempos revelan que Cortés trajo sirvientes negros que quedaron bajo órdenes del Obispo de México. La figura de Juan Diego es enigmática, pues Tonsmann la identifica como un hombre de raza india sin barba. Pero el desconcierto prosiguió cuando encontraron en el ojo del supuesto Juan Diego !otra figura reflejada!.

Aste Tonsmann, un hombre de ciencia, tiene una hipótesis sobre lo ocurrido allí. Según el Nican y los hallazgos, Juan Diego tuvo que esperar varias horas para ser recibido por el obispo. Los sirvientes de Zumárraga quedaron intrigados por lo que el indio escondía en su regazo. No es extraño, dice el investigador, que cuando por fin Juan Diego fue recibido por Zumárraga, estuviera rodeado de varias personas. En su hipótesis, la Virgen estuvo presente todo el tiempo, mirando la escena, pero nadie se percató de su presencia porque no podía ser vista; era invisible para los ojos humanos. Cuando fue abierto el ayate, y las flores cayeron al piso, la Virgen se impregnó en la tela con el conjunto de personas que veía una fracción de segundo antes. De otra manera no hubiera podido quedar en sus ojos el reflejo de Juan Diego abriendo el ayate.

Otros hallazgos, otras incógnitas.

No hay una explicación científica para la conservación de la imagen de la Virgen en la tilma tal vez por el más sencillo de todos los argumentos: la fibra de maguey es biodegradable[xi]. En la década del 30 el químico alemán Ricardo Kuhn[xii] examinó un par de hebras de la prenda que se cree usaba Juan Diego el 12 de diciembre de 1531. Las conclusiones del genio fueron importantes: “en las dos fibras—una de color rojo y otra de color amarilla—no existen colorantes vegetales, ni colorantes animales, ni colorantes minerales…”. Según sus conclusiones, “aquella pintura” no era una obra humana.

Tengamos presente que el atuendo no siempre estuvo protegido por un cristal y ha sido víctima de “accidentes” y atentados[xiii]. Cálculos conservadores dicen de al menos 116 años expuesto directamente a los fieles. Tampoco la zona donde se hallaba tenía las mejores condiciones: el Tepeyac de hoy, mucho más entonces, es un lugar muy húmedo. En 1753 Miguel Cabrera relató cómo durante dos horas varios eclesiásticos, sin cristal por medio, pasaron por encima del ayate imágenes, escapularios y medallas. Esa era, al parecer, una práctica frecuente en los primeros cien años.

Relacionado con el Nican Mopohua, los investigadores no creen que en diciembre hubieran podido florecer rosas en el Cerro del Tepeyac. No existen estudios de la flora mexicana del Siglo XVI, pero los botánicos afirman que las características del suelo —pedregoso—y del clima para entonces hacían “imposible” el nacimiento de rosas de Castilla.

Reina y Evangelizadora de América.

Es muy difícil hallar en América una historia cristiana tan sublime como el Nican Mopohua, y también una evidencia tan sugestiva, enaltecedora del Hombre y su Fe, como la imagen de la Virgen de Guadalupe. La “magia” que sigue ejerciendo sobre creyentes y no creyentes, sobre mexicanos y extranjeros, la convierte en un valor inestimable de nuestros pueblos. Es una pena que no se sepa, por ejemplo, que al igual que la Virgen de la Caridad del Cobre presidió las campañas libertarias de nuestro mambises, en México la Guadalupe fue inspiración y aliciente en sus luchas emancipativas —me parece estar viendo las pinturas de época, esos estandartes de las tropas de Hidalgo, donde ondea la imagen. Me atrevería a decir que no comprenderemos su historia, o una parte importante de su cultura, si no conocemos ese elemento fundacional de la identidad del pueblo mexicano, y por extensión de Nuestra América.

Pero faltaríamos a un elemental principio del periodismo responsable si no mencionamos que dentro del propio México hay personas, incluso muy bien preparadas científica y culturalmente, que impugnan la legitimidad de la Virgen. Algunos articulistas han sugerido que la “aparición” de la Señora del Tepeyac sirvió a la iglesia católica para autenticar su superioridad sobre la cultura azteca. Puede ser una deducción lógica para un país, un Continente, América, donde el conquistador erigió sus templos encima de los cadáveres y las ruinas de una no menos sorprendente cultura aborigen.

De cualquier modo, al pisar tierra mexicana se experimenta una insólita fascinación por conocer La Villa y la imagen. Al movernos debajo de sus pies, sentimos, además del mayor o menor fervor religioso, que estamos frente a más de cuatrocientos años de historia. La Virgen de Guadalupe sigue siendo muy simbólica, paradigma del crisol que somos o queremos ser, de lo que nos negamos o nos queremos los latinoamericanos. Así parece haberlo comprendido el Santo Padre y por eso ha sugerido que su imagen presida el Jubileo del año 2000 para América, confiado tal vez en que hallemos en esta parte del mundo el mensaje evangelizador, de reconciliación, tolerancia y perdón que ella misma nos trasmite con su presencia entre nosotros.

[i] Es la única figura mariana que se considera divina, no hecha por la mano del hombre, pues las vírgenes que conocemos son reproducciones a partir de la aparición en determinado lugar a determinadas personas. [ii] Tilma o Ayate: se usan indistintamente para denominar una prenda que los indios mexicanos llevaban como abrigo y servía a veces para cargar objetos como frutas o piedras. [iii] Nican Mopohua. Historia de las Apariciones. Obra Nacional de la Buena Prensa. A.C. México. D.F. [iv] Benitez. J.J. El misterio de la Virgen de Guadalupe. Sensacionales descubrimientos en los ojos de la virgen mexicana. Editorial Planeta. 1988: 18. [v] En la versión que nos ha llegado se lee Tepeyácac. [vi] Zumárraga, Juan ( 1458-1548). Primer arzobispo de México, franciscano, introdujo en México la primera imprenta y realizó otros proyectos de interés cultural. Su conducta, sin embargo, fue controvertida pues se le adjudican posiciones en defensa de los indios y al mismo tiempo ejecuciones inexcusables como la de Don Carlos Ometochtzin, hijo del señor de Texcoco. [vii] Jody B. Smith: profesor de filosofía de Ciencia y Estética de la Universidad de Miami. Trabajó en el equipo de la N.A.S.A. que estudió la Sábana de Turín. Callagan: astrofísico, PHD y especialista en pintura. Reconocido investigador de la N.A.S.A. dedicado a experimentos sobre los efectos de la ingravidez en animales. [viii] Hemos prescindido del enjundioso informe por el espacio disponible, pero se trata de una detallada investigación donde se reflejan los materiales y los métodos utilizados para llegar a esas conclusiones. [ix] Benitez. J.J. El misterio de la Virgen de Guadalupe. Ob. Cit. 106-107. [x] Instrumento que utilizan los especialistas para explorar el ojo. [xi] Biodegradable: la acción de la humedad, los microbios, o la luz, hacen que esos materiales se destruyan con el tiempo. [xii] Nació en Viena, en 1900. Se le concedió el Nobel de Química en 1938. El régimen de Hitler le impidió recibir dicho premio. [xiii] No hemos relatado, por no tener más espacio, los “accidentes” o atentados sufridos por la tilma y a la cual ha escapado milagrosamente. El más conocido fue la bomba colocada en 1921 junto a ella que retorció un crucifijo de latón y rompió ventanales y mobiliario a su alrededor sin que a la imagen le pasara nada.

[a] El autor quiere agradecer la colaboración para hacer este artículo, en primer lugar, de René P., lector de San Antonio de los Baños que sugirió el tema; a Orlando Márquez, Director de Palabra Nueva que proporcionó parte del material bibliográfico y su entusiasmo; y de manera muy especial a la madre mexicana María de la Luz, de la Compañía de María, sin la cual este escrito fuera otra cosa.


Noviembre 22, 1999.

Ciudad de la Habana.

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